miércoles, 28 de mayo de 2025

El caso Saint-Fiacre

 


Maigret, que tiene al comenzar la novela cuarenta y dos años y que reconoce estar algo pasado de peso, vuelve a su localidad natal de Saint-Fiacre, porque la policía ha recibido una inquietante nota donde se indica que va a cometerse un crimen en la primera misa del Día de Difuntos. Tal afirmación provoca en el comisario un evidente interés profesional, que se troca en pasmo cuando, sin que nadie parezca intervenir, la vieja condesa caiga muerta después de haber tomado la comunión. A partir de ese instante, como resulta fácil comprender, Maigret abre los ojos y comienza su investigación. ¿Quién puede haber cometido ese crimen invisible?

Todos los actores del drama comienzan a tomar cuerpo ante el investigador: el joven Jean Métayer, quien oficialmente era el secretario de la condesa… y de forma oficiosa es su amante; el irresponsable Maurice, que lleva un buen número de años esquilmando las finanzas de su difunta madre, pidiéndole dinero para cubrir sus estropicios (borracheras, viajes, cheques sin fondos); el administrador Gautier, que se ocupa de ir salvando la situación económica de la condesa como puede; el médico Bouchardon, que se encarga de los detalles forenses (aunque no era el galeno habitual de la condesa); el cura de la localidad, que asegura saber algo, que no puede revelar por haberlo escuchado durante una confesión… Todos ellos tienen motivos para ser considerados culpables, pero no resulta posible determinar la culpabilidad de ninguno. Porque, entre otras cosas, ¿cómo culpar de un crimen donde nadie ha rozado siquiera a la víctima?

Con una solución final a la vieja usanza (todos son convocados para una cena, en la que se analizarán los detalles y se dilucidará la identidad del asesino), El caso Saint-Fiacre, que leo en la traducción de Lluís Maria Todó, regala un par de tardes de entretenimiento policial, que siempre es bienvenido.

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