sábado, 3 de mayo de 2025

La balada del café triste

 


Nos encontramos en un pueblecillo solitario y polvoriento y, en él, descubrimos una vieja casa clausurada. Por una de sus ventanas, si se está muy atento, puede verse durante unos minutos al día la sombra de una mujer de ojos cansados y ademanes casi espectrales. Su nombre es miss Amelia Evans. Durante buena parte de su juventud y madurez fue una mujer admirada y temida: seis pies y dos pulgadas de altura (es decir, casi un metro noventa), ciento sesenta libras de peso (o sea, unos setenta y tres kilos), unos bíceps más que notables y un humor de perros. Durante años se ocupó de mantenerse por sí sola (su marido, Marvin Macy, se encontraba en la cárcel), destilando licor y ocupándose en mil tareas mercantiles, hasta que llegó al pueblo el enano jorobado Lymon Willis, quien afirmaba ser su primo, con el que abrió un café. Al principio, todo parece ir bien (salvo que los lugareños no atinan a comprender la auténtica relación entre miss Amelia y su presunto primo, que la tiene encandilada), pero las cosas comenzarán a torcerse cuando el rencoroso, agresivo y chulesco Marvin vuelva al pueblo y comience a rondar por los alrededores.

Una novela que leo gracias a la traducción de María Campuzano y que me parece muy bien construida y desarrollada, con un poderoso atractivo verbal y con estampas memorables. Carson McCullers demuestra aquí su amplio dominio de los resortes narrativos y su gran capacidad para los finales melancólicos. Notable.

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