Quince
años llevan casados el señor y la señora Brunner. Y ahora, cuando parece que
empiezan a insinuarse los primeros signos de la vejez, el shakespeareano
monstruo de ojos verdes hace su aparición de forma abrupta: él, sin
fingimiento, reconoce que llegó a sentirse celoso de la forma en que su esposa
hablaba hace unos meses con un gañán (“¡No sabes cómo deseo a veces que fueras
ya vieja y fea, que tuvieras viruelas, que se te cayeran los dientes, y tenerte
así para mí solo, y ver el fin de esta inquietud, que nunca me abandona!”) ; y
ella, quizá con más razones, aprieta las mandíbulas cuando observa cómo la
adolescente Rosa (15 años) revolotea alrededor de su marido, como también lo
hace su madre, una baronesa viuda. Sobre esa dinámica de tensiones se construye
el drama de August Strindberg que lleva por título El primer aviso, que
leo en la traducción de Jesús Pardo. Al final, eso sí, las fricciones quedan
neutralizadas cuando ambos se dan cuenta de que sus sentimientos son más
poderosos que las asechanzas innobles del entorno, pero basta con reparar en el
título malévolo que el autor sueco elige para su pieza para comprender que, en
su opinión, las grietas siempre derrumban el edificio.
Texto breve, intenso, ácido y pesimista.
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