Vicente
Luis Mora me ha demostrado, en las páginas de Centroeuropa, que es un
maestro de la narración. Y no es nada fácil impresionarme a mí, con los miles
de libros que llevo a cuestas, créanme. Amparándose en la “impericia” de un
personaje llamado Redo Hauptshammer, “nacido en un burdel de Viena en algún
momento de la agonía del siglo XVIII”, que se tilda a sí mismo de narrador
inexperto, el escritor cordobés nos va dejando ante los ojos un delicado número
de piezas para que, sin dejarnos distraer (aunque sí embriagar) por las
continuas analepsis y prolepsis del texto, reconstruyamos el puzle maravilloso
en el que Redo, Odra, Andrea, Hans, Johanna, la molinera Ingeborg, la albina Ilse,
el barón Geoffmann, el alcalde Altmayer, el viajero prusiano Magnus Duisdorf o el
culto lector Jakob Moltke actúan como figuras espléndidas de un ajedrez hermoso
e impecable. Alrededor está la nieve de Szonden y, bajo tierra, silenciosos e
inquietantes, los cadáveres de unos pobres soldados que, víctimas de guerras
diversas, han quedado atrapados por la congelación. Todo ese mundo, ese cosmos
lejano y brujo, se construye con una prosa excepcional, mayestática, que impone
su música desde la primera página y te sostiene en su pentagrama hasta que
llegas al final, porque Vicente Luis Mora, con habilidosos juegos de manos,
muestra y oculta sus cartas narrativas; coloca el caramelo de la revelación
rozando nuestros labios y luego lo esconde; parece que va a confesarnos la
almendra del enigma y, con un guiño tan coqueto como encantador, nos la
escamotea. Si no fuera tan seductor con esta prosa de ensueño darían ganas de
matarlo (metafóricamente). Porque Redo Hauptshammer esconde, conviene
olvidarlo, muchos secretos: ni se llama así, ni su esposa se llamaba Odra, ni
es un hombre tan ignorante como se obstina en pregonar, ni… (me he detenido a
tiempo, menos mal). Se ha pasado tres décadas disimulando, controlándose para
que el alcohol no desate su lengua y los demás conozcan su enigma. Yo tampoco
se lo voy a desvelar a ustedes, aunque les aseguro que se quedarán con la boca
abierta en la última página. Si Vicente Luis Mora ha decidido mantenerme a mí
en tensión durante toda la novela, bien puedo yo acompasarme a su malicia y dejar
que ustedes, si quieren, desvelen esos secretos leyendo la obra. Es el mejor
regalo que les puedo hacer.
Si añadimos ahora algunas observaciones del escritor sobre los políticos que rigen el mundo (“¿De qué están hechos estos miserables a quienes dejamos llevar las riendas?”), sobre la conformidad de los seres felices (“Sé que mi vida es buena porque no quiero cambiarla por la de nadie”) o sobre nuestro entorno vital (“Este mundo está tan mal hecho que quien no procura ningún mal a los demás distribuye un bien inmenso”), tendré que preguntarme por qué están tardando tanto en abandonar mi reseña y buscar con ansiedad este libro.
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