Negar que
Ludwig Wittgenstein ha sido uno de los filósofos más influyentes del siglo XX
resultaría absurdo: su Tractatus Logico-Philosophicus
figura, entendido o no, entre los volúmenes legendarios de la historia del
pensamiento occidental. Pero si la llamativa textura de su obra ha suscitado
cataratas de tinta, no menos interés ha generado su compleja personalidad. Huraño,
violento en ocasiones, críptico, desdeñoso, altanero, Wittgenstein ha dado
lugar a interpretaciones de lo más curiosas sobre su carácter.
Leo,
interesado por conocer más detalles sobre este filósofo, la biografía Ludwig Wittgenstein, de Wilhelm Baum,
traducida por Jordi Ibáñez para el sello Alianza Editorial. Y descubro muchos
elementos de interés en sus páginas. Primero, nos sitúa en el ambiente que
vivió la familia, mediante una presentación enjundiosa del mundo político,
social y literario que se vivía en Viena hacia 1900, del que solamente habría
que borrar un disparate: el momento en que el traductor alude (p.33) a cierta
“catorceava exposición” que se organizó allí. Después, centra ya su mirada en
la casa familiar, de la que eran visitantes habituales el pintor Gustav Klimt,
el escultor Auguste Rodin, el compositor Gustav Mahler o el músico Pau Casals.
Dado que
resumir la obra resultaría tan engorroso como ineficaz me limitaré a dejar
algunos apuntes anecdóticos, que he subrayado en el libro: que Ludwig “puso a
disposición del ejército austriaco durante la Primera Guerra Mundial un millón
de coronas para que pudiera fabricarse un mortero de calibre treinta” (p.45);
que durante el curso escolar 1904-1905 faltó a 425 horas de clase (p.48); que
siendo estudiante en Cambridge se hizo hipnotizar dos veces (p.65); que donó
20.000 coronas al poeta Rainer Maria Rilke, a quien sabía necesitado de dinero
(p.72); o que en su condición de maestro (actividad que ejerció en varias
escuelas primarias) mostraba un carácter “autoritario y elitista; quería
favorecer a los jóvenes que tuvieran talento; por los alumnos poco dotado
sentía menos interés” (p.132).
Me llama
poderosamente la atención, eso también debo indicarlo, que el biógrafo pase de
puntillas por un tema que no me parece insignificante: la condición sexual de
Wittgenstein. Se indica en este trabajo que vivió temporadas con algún amigo o
con algún discípulo pero jamás se insinúa de estas relaciones que pudieran
contener traza alguna de amor o sexo. Me parece un defecto estructural de la
obra: si entre las competencias del biógrafo no se considera incluida la
conjetura sí que debería ser incluido siempre el rigor. Aportar afirmaciones
ajenas, incluso para refutarlas o ponerlas en duda, hubiera enriquecido el
trabajo.
1 comentario:
Me pierdo con los filósofos...
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