Trato
de encontrar una fórmula para definir (o un punto de vista desde el que
abordar) Perro fantasma, de José Daniel Espejo. Y no hay forma. O yo, al
menos, no la descubro. Me llegan desde sus páginas auténticos borbotones de
palabras, como una cascada de dolor y de lucidez, y me dejan empapado,
tiritando y perplejo. Olvídense de medir versos, olvídense de buscar metáforas
clásicas, olvídense de rimas. Olvídense, en fin, de todo eso que los libros tradicionales
se obstinan en pregonar que es la poesía. A Joseda le importa tres pares de
puñetas toda esa parafernalia formalista, porque lo suyo es un géiser, un
volcán de agujas, un caldero hirviente de lava que sale por donde puede. Bien
está que exista la belleza, y que algunos jardineros acierten a la hora de darle
forma versallesca (recortando setos, sugiriendo luces, combinando colores).
Pero cuando el dolor emerge por los lacrimales y por los poros de la piel
resulta obsceno y sacrílego pensar en sacar las tijeritas, el compás o el
metro. De tal forma que Perro fantasma se revela desde su primera página
como un texto duro, removedor y peligroso, donde nos invita a meter la mano en
una caja llena de cristales y cuchillas de afeitar. Respiren hondo y
compruébenlo.
Hay
muy pocos signos de puntuación en este libro, ya lo verán ustedes: alguna coma,
algunos dos puntos, poco más. Son nuestra mirada y nuestra respiración las que
dictaminan el ritmo de este torrente hipnótico de palabras, que nos habla de
fantasmas, de autobuses, de ríos, de pensamientos suicidas, de pasadizos en
medio de la casa, de Rosa Montero y de películas orientales. Pero sobre todo
está el cojo, con sus cuadernos para escribir poesía (al principio, impetuosa;
luego, cada vez más espaciada), con su juventud invadida por la droga o por un
padre que le disparaba consejos inútiles sobre la filosofía del esfuerzo, con
sus amores que se diluyen en dormitorios sucios, con su barrio marginal
alrededor (lleno de gente fea y deambulante), con la colmatación del Mar Menor,
con los amigos muertos e incomprendidos, con el gato cuyas facturas
veterinarias no se pueden sufragar y hay que dejarlo morir, con su tristeza
irredimible. Respiren hondo y sigan explorándolo: ya les he dicho suficiente.
José fue el padre (espurio) de Dios. Daniel tuvo que mantenerse erguido frente a los leones. Espejo es la lámina donde nos miramos para descubrirnos. Balanza es el instrumento que dictamina pesos e importancias. Todo junto (José Daniel Espejo Balanza) es un poeta.

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