Desplacémonos
hacia atrás en el tiempo. Muy, muy atrás. No tengamos miedo, porque el viaje
será tan mágico como fascinante. Concretamente, vayamos hasta el año 1105. Bajo
las ruinas del templo de Jerusalén, los monjes Hugo de Payens y Juan de Vézelay
han sido capaces de encontrar dos asombrosas reliquias del cristianismo: la
lanza con la que Longinus atravesó el costado de Jesús de Nazaret cuando estaba
siendo martirizado en la cruz y el Santo Grial. Esos dos objetos de
incalculable poder religioso no podían caer en las manos equivocadas, sino que
debían ser protegidos, custodiados, escondidos de nuevo. La copa sagrada fue
enviada a un remoto paraje de Escocia; y la lanza, para poder trasladarla
mejor, sufrió su fragmentación en dos partes. Una de ellas fue trasladada hasta
una isla. La otra terminó siendo escondida en una iglesia de Molina de Segura
(Murcia).
Así
arranca la trepidante novela La reliquia olvidada, que el escritor
Alberto Vicente Fernández nos propone desde las páginas del sello Malbec, y en
la cual los lectores tienen garantizadas una buena porción de misterios,
sorpresas y aventuras, que incluyen la traición (la forma inicua en que Jacques
de Molay es eliminado como cabeza visible de la Orden del Temple en 1307), el
soborno (ese pago que garantiza que cierta nave se desvíe de su plan marítimo
inicial para que unos monjes puedan desembarcar en una isla misteriosa), el
asesinato sacrílego (esa emboscada que nos espera en el interior de una
iglesia, y que nos pondrá los pelos de punta), la navegación extrema (para
llegar hasta un misterioso punto situado en medio del mar, que los cartógrafos
no coinciden en identificar como auténtico), las tumbas que esconden secretos
espeluznantes, la espeleología (esa inquietante gruta por la que tienen que
adentrarse los protagonistas en el tramo final del libro) o los enfrentamientos
contra fuerzas oscuras, tenebrosas, sobrenaturales.
En este viaje terrible, que Alberto Vicente Fernández dibuja con precisión de geómetra y que se desarrolla por tierra, por mar y por el subsuelo, nos las vemos con viejas profecías, con manuscritos polvorientos, con personajes que esconden pliegues inesperados y con algunas (con bastantes) sorpresas. Así que preparen bien sus mochilas, llenen sus cantimploras con agua fresquita, cálcense buenas botas y, sin tardanza, abran la primera página de la novela. Van a pasar unas horas muy entretenidas, zarandeados por una historia absorbente.

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