En
ocasiones, la vida nos sitúa ante encrucijadas que, por su acrimonia o su
contundencia, detienen la saliva en nuestra garganta. Sucede pocas veces, pero
cada vez que se nos coloca ante una y se nos impele a elegir sentimos el viento
del acantilado en nuestra cara. ¿Qué hacer, qué dirección tomar, qué velocidad
elegir? Nadie puede ofrecernos sus consejos, nadie puede brindarnos su mano:
estamos solos. En una de esas bifurcaciones se encuentra el capitán Francisco Calero,
un militar de procedencia humilde que, a los catorce años, tuvo que abandonar
el colegio para ayudar a su familia, que tenía un pequeño olivar en Andalucía,
aunque el progenitor compaginaba esos ingresos con los de peón caminero. Ahora,
siete años después de haber participado en la sangrienta y estúpida guerra
civil de 1936, se encuentra destinado en Madrid, ciudad en la que no se siente
cómodo (“Madrid era todavía la capital del hambre, el racionamiento y los
continuos cortes de luz y agua, sobre todo en el casco viejo, popular y rancio,
donde proliferaban las corralas, guetos que hacinaban a la gente sobreviviendo
en la miseria”, p.10). Ha perdido la fe religiosa, tras contemplar las
atrocidades bélicas, y sueña con pedir traslado a una zona más tranquila,
situada en su tierra natal o en el Levante español. Pero su existencia se verá
sacudida cuando llegue desde el Alto Mando una orden agria e inapelable: el
preso Eulogio Fernández, antiguo comandante del ejército republicano, recibe la
condena de ser fusilado; y tal ejecución deberá estar dirigida por el capitán
Calero. Hombre moderado y educadísimo, partidario de la amnistía a los
derrotados después de la guerra y de la reconciliación nacional, Calero recibe
la noticia como un mazazo, porque su concepto de la justicia y del honor
excluye este tipo de salvajadas. Y, tras unos días de estupefacción y bloqueo,
comienza a mover los hilos que puedan exonerarlo de tan indigna misión, como el
capitán castrense o el coronel (con el que combatió en África); pero nadie se
aviene a prestarle su auxilio, amparándose en el resentimiento contra los rojos
(el páter) o en la obediencia debida a las órdenes del Alto Mando (el coronel).
Erosionado por la amargura, el capitán Calero se planteará otros caminos
(negarse a obedecer, abandonar el ejército) y visitará en su celda al preso,
para conocerlo y mirarlo a los ojos. Luego decidirá cómo actuar.
Novela dura y reflexiva sobre la honestidad, el perdón, los códigos del alma humana, la entereza y la dignidad, con posibles detalles familiares incluidos, La decisión del capitán Calero obliga a la persona que está leyendo a adoptar una postura moral. ¿Qué haría yo en estas condiciones? ¿Me atrevería a desobedecer, sabiendo que el alimento de mis hijos depende de mi trabajo? ¿Bajaría el sable, para que mis soldados dispararan contra un hombre que lo único que hizo fue luchar (como yo) por sus ideas? ¿Me atrevería a dispararle el tiro de gracia, como mandan los cánones? José Cubero nos invita a que reflexionemos con él.
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