domingo, 22 de septiembre de 2024

Las olvidadas

 


Intento, de forma continua, que todas mis convicciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres no se conviertan en simples frases, en etiquetas, en palabras repetidas, en tópicos (Francisco Umbral escribió una vez que los tópicos son verdades mineralizadas por los imbéciles): leo novelas de mujeres, leo versos de mujeres, leo obras dramáticas de mujeres, leo aforismos de mujeres; y leo, con una profunda atención y con muchas ganas de aprender, libros donde se reivindica a aquellas mujeres que han sido desdeñadas o que han recibido, a lo largo del tiempo, la lapidación del silencio. Hoy he terminado uno de estos últimos, titulado Las olvidadas y su autora es la excelente Ángeles Caso, que ya me cautivó con un libro dedicado a las hermanas Brontë (https://rubencastillo.blogspot.com/2023/08/todo-ese-fuego.html).

Ahora, mezclando sus facetas como narradora y como experta en arte, la autora conforma un tomo espléndido, en el que despliega ante nuestros ojos un amplio arco iris de creadoras que, en los ámbitos de la pintura, la escultura, la música o las letras, han brillado contra viento y marea, enfrentándose al paternalismo, la furia o la venganza de los varones, que intentaron minimizar o incluso ocultar su existencia: desde las que trabajaron en los scriptoria medievales copiando libros (que las hubo) hasta las que soñaron con ciudades dirigidas por mujeres (como Cristina de Pisan), pasando por las místicas, las dramaturgas o las autoras de novelas eróticas avanzadas para su tiempo. En esta valiosa enciclopedia de recuperaciones encontramos, en la Edad Media, a la poderosa Hildegarda de Bingen, independiente y receptora de unas famosas visiones que le dieron fama de santidad en toda Europa. Cuando avanzamos hasta el Renacimiento y se vuelve a la vieja idea ateniense del hombre como centro y medida de todas las cosas, Ángeles Caso apostilla: “Pero cabe preguntarse si en ese concepto estaba incluida la humanidad al completo o si se refería tan sólo al género masculino. Porque lo cierto es que, en medio del extraordinario proceso intelectual y civilizador que fue el humanismo, la mujer siguió ocupando mayoritariamente su tradicional situación de sombra” (p.98). Las mujeres doctas eran vistas con desdén por los hombres y con distancia por las mujeres: pagaron el precio de la soledad y el aislamiento. La italiana Isotta Nogarola lo resumió muy bien: “Las burras me desgarran con sus dientes y los bueyes me clavan sus cuernos” (p.104). Y a partir de ahí, para asombro del lector, la investigadora asturiana empieza a colocar ante él los nombres y logros de un abultado elenco de heroínas culturales: como Sofonisba Anguissola, a la que el propio rey Felipe II instaló en su corte y se convirtió en dama de honor (y maestra de dibujo) de la reina Isabel de Valois; o Teresa de Jesús, cuyo renombre literario no ha languidecido desde su muerte hasta nuestros días; o sor María de Jesús de Ágreda, poeta y pensadora que intercambió seiscientas cartas con el rey Felipe IV, facilitándole reflexiones y consejos sobre política y economía; o sor Marcela de San Félix, hija del genial Lope de Vega y, como él, poeta y dramaturga; o María de Zayas y Sotomayor, escritora polémica y bastante poco atendida, de la que se conservan pocos datos biográficos; o Luisa Roldán, escultora habilidosa y tenaz defensora de su independencia personal y profesional; o, en fin, Artemisia Gentileschi, “la pintora más prodigiosa de la historia del arte (al menos hasta el siglo XX)” (p.265), que fue violada por Agostino Tassi, un turbio colaborador de su padre, y que desde entonces se concentró en sus increíbles habilidades pictóricas, llenando sus lienzos de mujeres de fuerte carácter y comportamiento aguerrido.

Me detengo aquí, porque resultaría ocioso resumirles lo que, entiendo, deberían leer ustedes: lo pide el sentido común y lo pide la justicia.

No lo dejen pasar.

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