La
mayor parte de los seres humanos (no me atrevería a decir que todos, porque
somos tan hermosamente diversos como variopintos) necesita un sistema de
referencia en el que insertar su vida, un cosmos que le dé equilibrio y que
fije los límites. Puede ser una familia, una religión, un sistema de gobierno,
un trabajo, una rutina de vacaciones, un vecindario… o la combinación de varios
de esos factores ambientales. Y dentro de ese sistema de coordenadas nos
movemos con una cierta calma (o con una calma cierta: que cada cual elija el
orden que prefiera de sustantivo y adjetivo). Pero, en ocasiones, irrumpe en
ese cosmos un chirrido, un elemento extraño que lo enrarece o distorsiona, que
lo fragmenta o anula: una persona inesperada, un suceso catastrófico, un vuelco
traumático.
Las
siete situaciones (las siete historias) que componen Orden, de la
zamorana Victoria Pelayo Rapado, nos aproximan con talento indiscutible a esos
estados anómalos, a ese cosmos convertido en caos; y nos deja que contemplemos
la manera en que sus personajes reaccionan ante la disrupción. A veces, se
tratará de una conversación incómoda, escuchada antes de que se produzca un
accidente en la carretera; a veces, será una sospecha inquietante, que aumenta
conforme pasan las horas de unas vacaciones en Cartagena de Indias; a veces, el
desasosiego se manifestará en forma de inquilino maniático, que impone sus
rarezas de forma tan gradual como imparable; a veces, se manifestará con el
advenimiento de una moderna, ruidosa y maleducada vecina, que agita las
calmadas aguas hogareñas de una mujer tranquila. Cada una de esas zozobras
provoca (doy fe) un cenagoso desasosiego en el ánimo de la persona que está
leyendo el relato, porque la autora no solamente sabe escribir (flaco elogio le
tributaría, si me quedase en esas meras palabras), sino que sabe contar.
Es decir, que imprime el ritmo, y las velocidades, y la densidad, y la textura,
y el color que cada situación requiere, convirtiéndolas en diamantes narrativos.
Siempre he opinado que escribir bien no consiste en respetar la sintaxis militar del idioma o en someterse a las normas ortográficas y gramaticales, sino en ser capaz de construir textos cuya arquitectura y cuya música conmocionen a quien lee. Victoria Pelayo Rapado lo consigue, sin lugar a dudas. Magistral.
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