sábado, 20 de noviembre de 2021

Derecho natural

 


“Éramos, en fin, una familia desastrosa. Nadie había estado a la altura”, murmura Ángel en la página 402 de la novela Derecho natural, de Ignacio Martínez de Pisón. Y ese delta psicológico (con el que cualquier lector de la obra se mostrará de acuerdo sin vacilaciones) está alimentado por múltiples afluentes: un padre que, actor de poca monta y por fin imitador de Demis Roussos en espectáculos musicales, abandonó a su esposa e hijos en varias ocasiones y que incluso tuvo una hija con otra mujer; una madre que se debatió entre la abnegación y la rabia, evolucionando desde su papel de ama de casa hasta el de empresaria de éxito; un hermano que canalizó su rebeldía infantil convirtiéndose en ladrón y que, tras su reclusión en un centro de menores, optó por marcharse voluntario al servicio militar para alejarse de su madre; una hermana silenciosa y conformista, que encontró en su hermanastra al alma gemela que necesitaba para crecer aferrada a algo; y un narrador, Ángel, que tampoco ha tenido una trayectoria tranquila ni sosegada: se enamoró de una muchacha mayor que él (que terminó involucrada en el mundo de las drogas), se doctoró en Derecho y ha optado por el camino de la docencia universitaria para que su mente quede encauzada en parámetros serenos, sin que lo haya logrado del todo.

No, desde luego que no conforman una familia típica, pero la mirada que el autor despliega sobre ellos nos permite conocerlos de un modo muy profundo, y también relacionar sus peripecias con los sucesos acaecidos en la España que salía de la dictadura hacia la democracia. Con la maestría y la sólida fluidez que tan habituales resultan en el narrador zaragozano, Martínez de Pisón nos habla de sentimientos y nos habla de ideologías, de rabias y de ternuras, de mezquindades y de heroísmos, de gritos y de silencios: es decir, de la vida. Y cuando se cierra la última página, el lector no tiene claro (o no totalmente claro) a quién absuelve y a quién condena, a quién compadece y a quién desprecia. A esa ambigüedad (que es la ambigüedad palpitante de la vida) sólo nos puede llevar la mano de un maestro, como sin duda lo es Ignacio Martínez de Pisón.

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