John
Rambo se ha ocultado en una vieja mina abandonada, intentando que lo dejen en
paz; pero los lugareños, que han acudido hasta el monte con armas de todo tipo,
han logrado acorralarlo. Su respiración es afanosa, y mucho más lo será cuando
uno de esos imbéciles provoque el derrumbamiento de la mina. A Rambo no le
queda más solución que adentrarse en la oscuridad, descender por galerías
tenebrosas, fabricarse una antorcha rudimentaria, avanzar con agua hasta las
rodillas, sentir el ataque de las ratas y soportar con entereza la sofocación de
la claustrofobia. Después de mucho tiempo, cuando la esperanza se está
diluyendo en su corazón, vislumbra una luz y sabe que podrá salir de nuevo al
aire libre.
No
estoy contando todo esto porque me haya vuelto loco, sino porque acabo de
terminar la novela La flecha invertida, de Castro Lago, y las imágenes
de esa película de Ted Kotcheff me venían constantemente a la memoria mientras
iba avanzando por sus páginas. En ellas, la atribulada Johanne, una mujer que
ronda el medio siglo, que sufrió un terrible episodio de abuso sexual en su
familia (a su padre lo llama desde entonces El Lobo) y que después vivió una
experiencia de pareja realmente desastrosa (“Había huido de un agresor para
marcharme con un maltratador”, p.32), ha decidido avanzar por las tinieblas de su mina interior y vaciarse contando su atroz
experiencia; y para ello recurre al más íntimo de los desahogos: las cartas.
Así, se dirige por escrito a su primer gran amigo, Alain; a su hermano Didier,
que la acogió cuando ella necesitó su apoyo; a sus hermanas Claudine y Sophie,
a las cuales necesita sentir cerca en estos instantes de confesión y catarsis
(“Me parece tan injusto hablarlo con una psicóloga y no ser capaz de hablarlo
con mis hermanas”, p.47); a su sobrino Louis (que se suicidó a los veintisiete
años y por quien sintió un amor casi maternal); a su madre, a quien señala como
cómplice silenciosa del marido, en aquellos años tristísimos; a sus padres (al
Lobo y al que luego descubrió que era su auténtico progenitor); y, finalmente,
al autor de estas páginas, a quien le encomienda la misión de convertir su
angustia, su zozobra, su desgarro, en un libro.
El
resultado es un documento espléndido y sobrecogedor sobre el alma, un
devastador análisis de las miserias y de las grandezas del ser humano, que se
lee con el estómago encogido y con los ojos húmedos.
Otro gran acierto editorial del sello Talentura, que les recomiendo de corazón.
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