Desde
hace muchos años, de forma intermitente, he recibido informaciones sobre el
monasterio de san Ginés de la Jara, sobre todo en los libros de Asensio Sáez y de
Santiago Delgado (el último, reseñado este mes de octubre en mi blog: https://rubencastillo.blogspot.com/2024/10/leyenda-de-san-gines-de-la-jara.html), así
que cuando he abierto las páginas de Las voces del monasterio, que
firman al alimón Zaida Sánchez Terrer y Ana Verdú Conesa (bajo el seudónimo de
Giulia Conte), ya disponía de algunos valiosos detalles sobre este importante
lugar de nuestra región. Pero esos pormenores quedaron pronto en segundo plano,
porque la fuerza novelística de la narración que acababa de abrirse ante mis
ojos era tan grande, tan arrolladora, que pasó a convertirse en el centro de mi
atención. Al principio, se nos habla de una mujer joven, llamada Nathalie, que
ha aparecido muerta en su casa, en circunstancias más bien anómalas; después,
se incorpora a la trama el inspector Lecteur, que inicia una ronda de
interrogatorios con las personas más allegadas a la difunta; más adelante,
descubrimos que la joven dejó escrita una novela (cuyo manuscrito ahora lee con
calma y atención el propio agente de la ley, para intentar descubrir pistas
sobre el estado emocional de la fallecida en los días previos a su muerte); y,
por fin, escuchamos la voz de ultratumba de Nathalie, que nos va aportando
otras facetas de la historia, inalcanzables para Lecteur. En suma, varios potentes
focos narrativos que van arrojando luz desde diversos lugares sobre el centro
de la historia y que nos van permitiendo componer, con lentitud y a veces con
vacilaciones, el misterioso puzle.
Y
ese puzle, pueden creerme, está lleno de fulgor, porque nos obliga a
reflexionar sobre nuestro patrimonio histórico, sobre la desidia de las
instituciones frente a un lugar emblemático, sobre el esfuerzo de algunos
expertos en arte para que no se pierda un lugar lleno de resonancias sagradas o
telúricas. Y, lo que resulta más notable para el lector: que Giulia Conte (que
es una voz, pero también dos voces a nivel, como diría el poeta del 27)
consigue contarnos toda la historia de un modo majestuoso y atractivo,
mezclando realidad y sueño, pasado y presente, certezas y dudas, amor y muerte.
En estas páginas, que les recomiendo de manera muy viva, contemplarán (casi
olerán) los paisajes del Mar Menor, sentirán el contacto de su tierra en la
planta de los pies y podrán pasear (en la zona final de la novela) por el
interior del monasterio, sintiendo la pulsión vibrante de aquellas ruinas que
nunca han sido escombros.
Yo no sé la fuerza que pueden alcanzar las voces de tres hombres, convertidos en una sola voz de mujer (no he leído nada de Carmen Mola), pero les aseguro que la suma armoniosa de Ana Verdú Conesa y Zaida Sánchez Terrer genera una voz que, si tienen el buen gusto de dejarla entrar por sus ojos, no olvidarán nunca.
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