No
todo tiene por qué estar claro en una entrega literaria. De hecho, existe un
tipo de obras (“novelas del punto ciego”, las llama Javier Cercas) en cuyo
núcleo se produce o reina una indefinición, una pregunta sin respuesta, un
enigma que impregna las páginas y nos salpica su niebla. ¿Qué está ocurriendo
aquí? ¿Dónde se desarrollan los hechos? ¿Quién es en realidad el protagonista?
Jugando con unas cartas deliberadamente ambiguas, el autor nos reta. No como
nos retaban las obras de (por ejemplo) Agatha Christie, que siempre terminaba
por desvelarnos la clave del misterio; sino en un nivel más profundo, porque
cuando cerramos la última página comprobamos que no se nos ha entregado ninguna
llave para abrir la caja fuerte, y que tendremos que conformarnos con merodear
a su alrededor, apoyar la oreja en su pared, golpearla, formularnos preguntas
sobre ella y confiar en que nuestra intuición nos aproxime al núcleo. ¿Podemos
estar así seguros de que resolveremos la cuestión? De ninguna manera. Pero es
que la novela (y la vida) no tienen por qué obedecer a una lógica cerrada, en
la que todos sus elementos resulten nítidos y asequibles.
El
sibilino Paul Auster nos entrega en Viajes por el Scriptorium (que
publica el sello Anagrama, con traducción de Benito Gómez Ibáñez) una de esas
obras. En ella, nada más empezar, nos encontramos con un hombre mayor que
permanece en silencio en una habitación cerrada. Por todas partes hay adheridas
unas etiquetas (“Escritorio”, “Silla”, “Pared”) que nos permiten suponer que
padece algún tipo de amnesia, y que otra persona pretende ayudarlo con esas
palabras. Al protagonista se lo designa como “Míster Blank” y, en efecto,
parece que su memoria es un erial: no recuerda su vida, si está casado, si se
encuentra en casa o en un hospital. Lo van visitando de forma sucesiva una
serie de personajes (la simpática Anna, el ex policía James P. Flood, el doctor
Samuel Farr, la enfermera sustituta Sophie, su abogado). Tiene sobre la mesa un
extraño documento que, al parecer, debe ser leído, donde se habla de una
extraña insurrección acaecida en la periferia del país. Hay también fotografías
cuyos rasgos no le dicen, en realidad, nada. Poco a poco, con hilvanes
diabólicamente sutiles, todos los nombres se van relacionando entre sí, quizá
con la idea de que Míster Blank encuentre por fin la punta del ovillo… o que lo
hagamos nosotros, que estamos asistiendo al relato de su historia.
Sencilla en su formulación verbal, pero intrincadísima en su hondura psicológica e interpretativa, Viajes por el Scriptorium se erige en un “tour de force” para el que aconsejo paciencia y lentitud, pero que resulta al final admirable.
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