Una
frase sugerente y lapidaria adorna la cubierta de esta edición, advirtiendo que
cuando leamos El albergue de las mujeres tristes nos encontraremos ante
“Una radiografía del amor y el desamor”. Quizá sí. Pero tampoco hubiera
resultado inexacto afirmar que nos hallaremos ante una radiografía de la
desorientación. Porque así es como están los hombres y las mujeres de este
libro, como quizá lo estemos también el resto de seres humanos en la periferia
del libro: desorientados. Ya no valen los roles antiguos de la masculinidad y
la feminidad; ya no valen las formas arcaicas de relación; ya no valen las
hipocresías, la falsedad o los disimulos; ya no valen los siempres y los nuncas.
De acuerdo. ¿Y cuál es entonces el modelo que viene a sustituir esas estructuras
pretéritas? “Los hombres se sienten amenazados por nuestra independencia, y
esto da lugar al rechazo, a la impotencia… y así empieza un círculo vicioso
bastante dramático” (dice una de las protagonistas en la página 40). Pero es
que ellas, “alcanzada su autonomía, se quedaron a medio camino entre el amor
romántico y la desprotección”, nos dice en la misma página. Todos bailan (o
bailamos) en una oscuridad donde las reglas no están claras. Todos querrían (o
querríamos) encender alguna luz y no hay forma de encontrar el interruptor.
Marcela
Serrano nos sitúa en la zona de Chiloé, donde Elena mantiene abierto un albergue
en el que se hospedan mujeres que necesitan salir de su entorno y relacionarse
con otras mujeres. Angelita descubrió que su marido tenía amantes y, cuando sorprendió
a una de ellas casi saliendo de su cama, tocó fondo. Constanza está enamorada
de un hombre casado, cuyo catolicismo le impide romper el matrimonio y unirse a
ella. Floreana es una famosa historiadora que ha decidido refugiarse en la
abstinencia, tras una aventura vacía y decepcionante… Todas ellas coinciden en
sus análisis: “Uno de los dilemas cruciales de fines de siglo: el desencuentro
entre los dos sexos” (página 109).
Y
luego están las dos grandes presencias masculinas de la obra: Flavián Barros
(médico de la única clínica del pueblo, y que también arrastra un pasado de
fracasos sentimentales) y su sobrino Pedro (escritor homosexual y de
inteligente conversación). Ambos rodearán a Floreana y despertarán en ella unos
vigorosos sentimientos que ya creía perdidos y enterrados. Paseando o bebiendo
con ellos irá descubriendo ángulos y matices que colorean su dolor (que incluye
también la muerte por cáncer de su hermana Dulce). Al principio, no sabe qué
sentir o de qué manera comportarse (“Parece que funcionáramos con distintos
hemisferios del cerebro”, dice Flavián en la página 161), pero el paso de las
semanas logrará que su corazón abra otras ventanas y deje por fin entrar la luz.
Con buenas reflexiones psicológicas y con diálogos densos, El albergue de las mujeres tristes nos anima a pensar en el mundo que nos rodea y en el papel que hombres y mujeres tendremos que desempeñar en él. Gran lectura.
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