Estamos
habituados (por los libros de historia, sobre todo) a los heroísmos conocidos,
resplandecientes y hasta estruendosos, pero qué poco se nos habla de los
heroísmos pequeños, de los heroísmos que realizan personas diminutas, a quienes
el tiempo deja en sus márgenes y sepulta con el polvo del anonimato. Menos mal
que están ahí el cine, las canciones y la literatura, para ayudarnos a subsanar
esa injusticia. El último ejemplo lo acabo de descubrir en el monólogo
dramático María Cayuela, obra de Rosa Campos publicada por el sello
Almadenes.
En
ella descubrimos a la anciana protagonista, que ha encontrado en la joven Rocío
un oído atento sobre el que depositar los pormenores de su vida, llena de
sinsabores y amarguras, aunque también de enterezas y determinación. Nacida “cuando
se estaba cerrando un siglo y llamando a la puerta el nuevo”, en el seno de una
familia “de agricultores medieros de tierras de secano, tierras cagitaneras, de
buena molla, que se regaban solo con la lluvia y hacían crecer la sementera con
gracia”, María se acostumbró desde niña a la dureza de las faenas agrícolas (no
había segador que la aventajara durante el trabajo). Más adelante, casada con
Francisco y pronto viuda (tras la guerra civil, un encarcelamiento inicuo
erosionó la salud de su esposo y lo condujo a la tumba), se vio forzada a un
luto exigido por el entorno social, acre e inflexible (“¡Ah, las mujeres,
cuánta tradición sin fuste cargada a nuestras espaldas!”). Y, cuando el amor
volvió a visitarla en la persona de Antonio (“Estaba descubriendo que podía
seguir amando a Francisco desde el recuerdo, desde el ayer, y a Antonio desde
el ahora”), las insidias malbarataron la relación.
Ahora,
en el delta de la senectud, la vigorosa anciana charla con la adolescente Rocío
para compartir sus vivencias, para enseñarle la dureza y también la luz que
presentan los caminos de la vida, “porque pertenecemos a esa clase de gente que
queremos mantener la lámpara encendida para no dejar de descubrir que tanto la
pasión como la templanza nos pertenecen, que estamos habitadas por la energía
que nos hace poderosas”.
Una pieza breve, densa, vitalista y de hondo calado humano, que nos invita a conocer el temple íntimo de muchas mujeres que, contra viento y marea, alzaron su mirada y pidieron voz. Búsquenla.
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