sábado, 24 de mayo de 2025

El día del lobo

 


Copio unas palabras que aparecen en la página 125 de este estremecedor libro del andaluz Antonio Soler: “El 7 de febrero de 1937 comienza uno de los episodios más dramáticos y oscuros de la Guerra Civil. Si quienes lo padecieron fueron ochenta mil o ciento cincuenta mil personas no cambia la dimensión del suceso ni su brutalidad. Ni la acción del ejército franquista o de su Marina. Ni la responsabilidad de la aviación alemana o de la italiana”. El episodio al que se está refiriendo (y que funciona como núcleo terrible de este tomo) fue la forma inicua en que fueron masacradas, desde el mar y desde el aire, las personas que huían de Málaga por temor a la llegada de las tropas enemigas. Bombardeadas desde los buques de guerra Almirante Cervera, Baleares y Canarias, y ametralladas por los aviones de la Legión Cóndor y de la escuadrilla aportada a la causa por Mussolini, miles de personas hambrientas, asustadas, enfermas y arañadas por el frío (entre las que se encontraban mujeres, embarazadas, ancianos y niños), que conocían perfectamente las alocuciones de Queipo de Llano desde su radio sevillana (barra libre para matar y humillar a los hombres, barra libre para violar a las mujeres) trataban de llegar a Almería y ponerse a salvo. Pero ni la huida se les permitió.

En ese grupo de derrotados famélicos se encontraba la familia de Antonio Soler, quien, en los años posteriores, tras unir todos los recuerdos familiares y leer documentos sobre aquellos días (los nombres de Largo Caballero, Negrín, Azaña o Arias Navarro, alias Carnicerito de Málaga, aparecen continuamente), reconstruye los pasos que dio aquel lobo sanguinario que los acechaba. Un lobo que convirtió la persecución en una actividad meticulosa, inmisericorde, sañuda; un lobo que quería asustar, morder, desgarrar; un lobo que por fin, desde 1939 y durante varias décadas, se convirtió en el único dueño del bosque.

“Sé lo que ocurrió. Pero no sé cómo ocurrió. Y sé, eso sí, que el cómo es lo esencial en cualquier historia, en cualquier relato o suceso que se cuente”, nos dice Soler en la página 67. Eso lo impulsa a charlar con su abuela (que tiene párkinson), la cual, con la mirada perdida, le pregunta que para qué quiere saber tanto. Es, creo, un punto neurálgico del libro. En efecto, ¿por qué quiere Antonio “saber tanto”? Es la gran pregunta, cuya respuesta es sencillísima, en mi opinión: quiere saber (necesita saber) porque aquello ocurrió, y porque olvidarlo o dejar que sus detalles se desdibujen o se manipulen no es admisible: supone ser derrotado dos veces. La primera derrota fue la inquina impiadosa de los asesinos. La segunda derrota sería dejarles a ellos que narren y fabriquen la “realidad” a su gusto, subrayando lo que desean y ocultando lo que no les conviene recordar, porque (ese discurso sí que saben esclafarlo con tenacidad) quienes recuerdan son unos rencorosos, que se empeñan en vivir en el pasado.

“Ningún miembro de mi familia regresó del todo de aquel extravío que duró poco menos de una semana, pero que anidó dentro de ellos como un germen que durante décadas fue expeliendo una sustancia oscura y sombríamente renovada” (p.337). Ahora, aquel niño que nació en 1956, en medio del silencio obligatorio y amenazante, toma la palabra para contarnos la otra parte de la verdad.

Un libro terrible, tristísimo e imprescindible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario