Todos
llevamos dentro (y emerge en los momentos de mayor furia) un dragón, una bestia
que tiene ojos demoníacos, echa fuego por la boca y está dispuesta a destrozar
con sus zarpas cuanto se encuentre a su alrededor. No razona. No es capaz de
moderarse. Explota. Y en esa explosión provoca no solamente daños a las
personas que hay enfrente, sino también a nosotros mismos, porque muestra (y
nos revela) la parte más desagradable e indigna que cobijamos.
Ante esa evidencia, se impone una necesidad: domar al dragón, bajarle los humos y conseguir que se atempere. La tarea no es, desde luego, fácil, pero si se cuenta con el auxilio de la escritora y cuentoterapeuta Isabel Soler Luján (y las hermosas aportaciones gráficas de María Acebes Abenza), todo resulta más fácil. Usando unos versos de grata sonoridad y de juguetona música, la lección se asimilará con mayor eficacia. Y si le añadimos el simpático y educativo juego que acompaña al volumen (el cual nos permite interactuar con nuestros hijos e irles explicando lo que significan las diversas emociones que en él se exponen), obtenemos un libro imprescindible en las bibliotecas escolares… y en nuestras casas. ¿Se les ocurre mejor forma de convertir la literatura en aprendizaje y disfrute? A mí, desde luego, no.
A mi nieto, que tiene tres años y medio y se coge a veces unas rabietas de órdago, sus padres le regalaron por indicación de su profe una serie de cuentos para controlar esta furia interior. Sé que en uno de ellos se habla de un volcán que estalla cuando la ira invade a la persona. El dragón del cuento de Isabel Soler me lo ha hecho recordar.
ResponderEliminarPienso que esta utilización terapéutica de la literatura es buena, pero también pienso que la acción conductora y educadora de los padres es esencial; y lo digo porque veo que a veces los papás y las mamás de hoy piensan que le das o le lees el cuento y ya está, el niño dejará de tener rabietas. Y luego resulta que no o que no todo se soluciona con cosas, que lo esencial es el trabajo diario y amoroso de los padres que son los auténticos educadores, amén de responsables.
Un abrazo