jueves, 3 de octubre de 2024

Interior día

 


Acompañemos en su viaje a esta mujer. Su nombre no importa. Su edad, tampoco. Se trata de una persona que, después de haber vivido durante años con mucha intensidad (fue actriz cinematográfica, celebridad televisiva y carne de revistas del corazón), ha decidido instalarse en un pueblecito pequeño, apartada de todo lo que no sea ella misma. Necesita olvidar amarguras. Necesita limpiarse y llenar de paz su alma. Necesita protegerse de toda la basura emocional que le fue vertida encima durante los difíciles años de la Transición, cuando las actrices eran carne mostrada, erotismo zafio, machismo gárrulo y silencios obligatorios.

Observemos ahora cómo en ese pueblo diminuto conoce a Miguel, un cinéfilo que la admira desde hace muchos años y que ha coleccionado recortes de prensa y todo tipo de películas realizadas por ella. Su vida (hijo de un mecánico) ha sido infinitamente más discreta que la de la mujer, pero las mordeduras del desamor y de la incomprensión lo han lastimado también desde su juventud. Se ha convertido, lentamente, en un solitario.

Con delicadeza (el autor despliega una prosa que parece ballet), ambos se van despojando de sus corazas y se acercan entre sí. Se buscan. Se necesitan. Y, poco a poco, con sabia dosificación narrativa, las confidencias y las conversaciones sobre sus respectivos pasados les van desvelando matices que desconocían el uno del otro. Ella recuerda sus años con Ágata Lys, con Bárbara Rey, con Concha Velasco, con Chicho Ibáñez Serrador, y le va aportando a Miguel una visión de los años setenta y ochenta muy distinta de la oficial, donde menudeaban los abusos, las mentiras periodísticas, los reportajes amañados, la droga: todo un mundo de fango que las perennes sonrisas del papel couché ocultaban y que, en las manos de Andrés Guilló Javaloyes, se convierte en un retrato valiosísimo de una etapa histórica más bien poco explorada, porque se situó entre dos “épicas” que la desdibujaron: la posguerra y la democracia.

Habilidoso a la hora de construir a sus personajes, el novelista ilicitano suma y suma anécdotas, perfiles, aproximaciones, sentimientos, lágrimas, rebeldías y sonrisas, hasta conseguir que los contemplemos como figuras creíbles, reales.

Una novela de arqueo y aceptación, de sacar a la luz los viejos recuerdos, limpiar sus excrecencias y, al fin, terminar aceptando que somos porque fuimos. Que nada es prescindible en nuestros calendarios del ayer. Y que cada amanecer es el resultado de todos los anocheceres previos. Se van a alegrar ustedes de buscar esta novela y leerla, créanme.

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