Es difícil asociar el nombre de Care Santos a una
sola actividad exitosa: ha cultivado el cuento con resultados magníficos,
ejerce la crítica literaria con gran solvencia, ha obtenido galardones de
novela de altísimo nivel (el Ateneo de Sevilla, por ejemplo, o el accésit del
premio Primavera), y ha publicado novelas juveniles de excelente factura (Los ojos del lobo o Laluna.com). Es decir, que sin duda estamos ante una de las
escritoras más proteicas e interesantes del panorama nacional. Y El síndrome Bovary, novela que salió
publicada en el mes de marzo de 2007 en Algaida, es una muestra más de su
enorme poderío literario.
Nos cuenta en la obra que el editor Samuel
Martínez, a pesar de la mentira que propaga su esposa Mónica, no ha muerto
jugando al pádel con su amigo Alberto, sino en medio de un orgasmo mientras
mantenía relaciones sexuales con su secretaria Paulina. Su marido (bien claro
le queda a la atractiva viuda) le ha sido infiel muchísimas veces con mujeres a
las que Mónica conoce, porque son amigas del trabajo o de la familia. Pues
bien, ahora es el momento de que tiemblen sus respectivos esposos, porque
Mónica ha decidido “transformarse en una perfecta hija de puta” (p.75) y se los
va a ir cepillando a todos, uno detrás de otro. Que se prepare Ángela, la
experta en sexo tántrico, que dice haber sentido orgasmos de ocho horas (p.32);
que llore Maika, la de los pechos enormes y duros, amiga de Samuel desde la
infancia; que sufra Nora, la fogosa insaciable (que parece haber perdido todo
su apetito sexual desde el nacimiento de su hijo Luis); que se atenga a las
consecuencias Paulina, la mosquita muerta (mucho más ambiciosa y retorcida de
lo que parece).
A ese dilatado catálogo de venganzas hay que
añadirle otro enredo, esta vez editorial: parece haberse perdido el lápiz de
memoria que contenía la próxima novela de Edmundo de Blas, un autor que vende
libros como churros. La simple posesión de ese inédito podría garantizar
millones a quien lo obtuviese, y ninguno de los implicados renunciará a bajeza
alguna con tal de apropiárselo.
De la mezcla de ambas corrientes narrativas saldrán
muchas sorpresas para los lectores: una mujer asesinada a puñaladas en una
parada de autobús (que luego se aparecerá de forma ectoplásmica, comiendo
naranjas); un escritor novel y desequilibrado, que aceptará la comisión de un
delito con tal de ver publicada su obra; alguien que se disfraza de operario de
mantenimiento para meterse en los despachos ajenos; un profesor universitario
llamado Epicteto, que experimenta una increíble noche de sexo tras expeler una
conferencia sobre la ornitología en Miguel de Unamuno; un orgasmo sobre el poyo
de una cocina; y otros mil detalles que me guardaré de desgranar, para que sean
los lectores quienes los descubran por sí solos.
El
síndrome Bovary es una de las
novelas más divertidas, ágiles, alocadas y entretenidas de principios del siglo
XXI. No deberían ustedes perdérsela.
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