lunes, 13 de octubre de 2025

Casas vacías

 


“Mi vida es una puta mierda como para que crean que yo soy la mala”, aúlla una de las protagonistas de esta novela de Brenda Navarro. Y quien lo dice es una mujer que, tras aprovechar el descuido de una madre distraída, que estaba en el parque mirando su móvil, ha secuestrado a la criatura y la ha escondido en su casa. ¿Acaso resulta legítimo que no consideremos “la mala” a quien realiza esa acción vituperable? ¿Acaso no es “la mala” quien deja a una persona huérfana de hijo (para repetir al poeta español)? Contra todo sentido común, acabada la lectura nos sentimos inclinados a considerar que las circunstancias exoneran de parte de culpa a la secuestradora, porque ha seguido “el camino del corazón”, por acudir ahora al Popol-Vuh y su famosa sentencia.

Pero actuemos con orden y expongamos las dos líneas “femeninas” de la obra, con el fin de que los lectores no se pierdan: imaginemos de un lado a la madre que, candorosa, lleva a su hijo Daniel al parque y que, mientras el chico juega, se entretiene un par de minutos mirando su móvil; imaginemos del otro lado a la joven pastelera que, ansiosa y decepcionada porque su marido no quiere tener hijos, ve en este chiquillo la solución para todos sus males y opta por llevárselo a su hogar, donde ansía rodearlo de todos los mimos posibles. Ahora añadamos las dos líneas “masculinas”: imaginemos al esposo que, tras la llegada al mundo de Daniel y la constatación de que tiene autismo, se despega de su crianza; e imaginemos, en el otro lado, al esposo que, engolosinado con otra mujer, evita que la suya quede embarazada, a pesar de saberla su máxima ilusión. Y ahora añadamos (pero esto dejaré que lo descubran ustedes mismos) las dos familias, tan iguales y tan distintas, donde afloran mezquindades, recelos, violencias de género, pobreza y odios apenas disimulados.

Al cabo, lo que la mexicana Brenda Navarro nos propone con esta magnífica e inquietante fabulación es una exploración, angustiosa, por zonas muy desoladas y muy amargas del espíritu humano; un viaje por los meandros del corazón, que tantas veces se desgarra de contradicciones y de dolores invisibles (la ansiedad del hijo, la repulsa del hijo, la felicidad de la maternidad, la asfixia de la maternidad, etc.). Léanlo, háganme caso. Les va a impresionar.

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