jueves, 7 de noviembre de 2024

Los reyes

 


Conocemos la historia, porque numerosas páginas nos la han contado, con gran acopio de detalles: el rey Minos, después de ver cómo su esposa Pasifae da a luz al hijo que ha tenido tras una aventura fogosa con un gran toro rojo, ordena a Dédalo que construya un laberinto en Creta. Tiene que ser un laberinto cuyas dimensiones y complejidad aturdan a la estirpe de los hombres. Y una vez que se encuentra edificado, colocará dentro a su odiado bastardo, el Minotauro, mitad hombre mitad toro. La leyenda continúa contándonos que, cada año, el engendro exige la entrega de siete muchachas vírgenes y siete muchachos hermosos, todos ellos atenienses, a los que devora con saña. Un día, llega hasta Creta el impetuoso héroe Teseo, que anhela adentrarse en el laberinto y matar el monstruo; y podrá hacerlo porque Ariana, hija también de Minos, le entregará un ovillo para que lo vaya desenrollando conforme avance por las siniestras galerías y, ultimada su proeza, pueda salir desandando el camino.

Pero de pronto llega Julio Cortázar y comprende que la historia puede ser leída de otro modo, menos convencional, más lírico. El Minotauro no cobija realmente ninguna maldad: de hecho, quienes entraron a su reino no sufrieron mal alguno, sino que ahora cantan y bailan a su alrededor. Pero el héroe, que siempre está adornado por la brutalidad y atiborrado de testosterona, necesita matarlo, para que los conceptos del Bien y el Mal queden rigurosamente establecidos y no se tambaleen los cimientos de la sociedad. ¿El hilo de Ariana? Oh, muy sencillo de explicar: la chica quiere que su hermano derrote al soberbio espadachín y que pueda encontrar la salida del laberinto. Por desgracia, él lo entiende de otro modo: cree que ella desea la victoria de Teseo y, decepcionado y triste, le ofrece de forma laxa su sumisión, para que lo mate.

Un librito lleno de frases hermosas y de conceptos nuevos, que representa otra faceta de aquel hermoso diamante narrativo que se llamó Julio Cortázar, a quien adoro.

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