lunes, 4 de noviembre de 2024

El vecino de abajo


Decir que la novela El vecino de abajo, de Mercedes Abad, me ha parecido buena o mala resultaría, bien lo sé, una simplificación, porque contiene elementos que decantan la balanza de uno y de otro lado, pendularmente. ¿Elementos positivos? La claridad de la prosa, el buen ritmo narrativo, la conclusión inteligente de la pieza. ¿Elementos negativos? Su creciente inverosimilitud, su trama en ocasiones forzada. Me atrevería a definirla como una aceptable novela de humor, aunque ignoro si entre las pretensiones de la autora se encontraba formular un relato de ese tipo. Resumamos (y pido disculpas por el esquematismo) el argumento de la obra. Una traductora, que está vertiendo del alemán al español cierta novela de Agni Rinecke, se encuentra de pronto con la sorpresa de que a este autor le acaban de conceder el premio Nobel de Literatura. Como es lógico, la editora comienza a presionarla para que culmine su traducción con la mayor celeridad posible… pero ninguna de las dos cuenta con el capricho snob de Miquel Aubet, el vecino de abajo, que ha decidido meter en su casa una legión de albañiles para que, con sus martillos, sus mazos, sus radiales y demás utensilios diabólicos, se encarguen de renovar de arriba abajo la vivienda. Ese ruido infernal se prolonga durante días, y luego durante semanas, hasta destrozar el sistema nervioso de la traductora, quien va encadenando desgracias (sus flores se mustian, su portátil se rompe, tiene que cambiar de residencia, pasa un par de semanas en prisión por agredir a un agente de la ley) hasta que, desbordada y neurótica, decide emprender una campaña feroz vengativa contra el maldito Aubet. Hasta aquí, genial: un buen planteamiento para entretener a los lectores.

El problema comienza cuando los sucesivos pasos de la venganza se van tiñendo de inverosimilitud, y entran en juego una vecina secretamente millonaria, unos extranjeros que deciden apoyar a la protagonista a cambio de que todo se grabe en vídeo (para su disfrute), una editora que le ofrece un dineral por su primera (y aún no comenzada) novela… Quien lee la historia va, poco a poco, frunciendo el ceño a medida que los azares (cogidos con alfileres y siempre al límite de la credibilidad) se amontonan. De hecho, en ocasiones se plantea uno abandonar un relato que se antoja, en mi opinión, excesivamente esperpéntico. A ver, que sí que es ameno. Cómo negarlo. Mercedes Abad muestra un evidente dominio de la técnica narrativa, y eso siempre se agradece, pero este manejo del humor me gusta más cuando lo emplea Eduardo Mendoza.

Vuelvo a decir lo mismo que ya apunté cuando realicé mi comentario de Ligeros libertinajes sabáticos (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/01/ligeros-libertinajes-sabaticos.html), que leí en 2022: que quizá haga otro intento con esta autora. Ahora lo veo un poco menos probable.


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