Me
llamó la atención que, la primera vez que hablé por correo con Eduardo Boix y
le dije que acababa de comprar su novela Mi funeral, emitiese sobre ella
un dictamen más bien negativo, declarándose insatisfecho de ella. No es una
actitud habitual: lo frecuente es que los creadores, si concluyen que uno de
sus libros no es demasiado brillante, recurran a la ironía o apelen a la
juventud que ostentaban cuando redactaron sus líneas; pero no que decreten su
inanidad de forma tajante. Ahora, leídas sus páginas, creo que el autor
ilicitano exageraba. Mi funeral no es una mala narración, en modo
alguno. Su propósito es contar la propia muerte y detenerse en los pormenores
que rodean a la celebración de un velatorio y el posterior reparto de las
cenizas del difunto. Lo peculiar es que el fallecido… ¡es la propia persona que
está redactando las líneas! Que se llama, vaya por Dios, Eduardo Boix. ¿Quién
no ha soñado alguna vez con lo que pasará cuando deje este mundo? ¿Quién no ha
imaginado lo que pensarán los demás, cómo se comportarán, quiénes verterán
lágrimas, quiénes lo llevarán mejor o peor? El novelista, en este caso,
convierte las conjeturas, las sospechas, las culpas, los miedos, las esperanzas
y los interrogantes en un texto con inequívoco sabor autobiográfico, que
impresiona por su densidad. Quizá porque, como el mismo autor subraya en la
página 61, “el tema de la muerte fue el germen de toda tu obra y, tal vez, de
tu vida. Desde niño te persiguió”. Estamos, pues, ante una excelente
radiografía psicológica de las emociones familiares (y también sociales) que
genera la muerte. Dudo que nadie pueda leer estas páginas sin sentir que eso
(lo que se cuenta en la novela) también ocurrió cuando falleció una de sus
personas queridas. Hagan la prueba.
Se me ocurre, en fin, una hipótesis que quizá peque de aventurada, pero no de irreflexiva: quizá esa densa atmósfera de revelaciones familiares puede haber llevado al autor a juzgar que la obra se queda estancada en lo anecdótico e íntimo, pero les aseguro que no es así. Boix pulsa, al pulsarse a sí mismo, resortes muy hondos de la condición humana. Y esa destreza otorga un valor muy interesante a estas páginas, que quedan impregnadas de autenticidad y de universalidad.
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