Termino una pequeña novela de Marina Mayoral a la
que puso como título Un árbol, un adiós
(Acento Editorial, Madrid, 1996). Es la historia de una mujer llamada Laura
que, ya casada y con hijos, vuelve al lugar de su infancia con el objetivo de plantar
un magnolio. Allí reencuentra a Paco, el primer amor de su vida (magnífico
capítulo VIII, donde cuenta cómo se despidió de él haciendo el amor junto a un
hórreo, aunque en Madrid la estaba esperando el novio con el que se acabaría
casando), y comprende que la melancolía y la memoria son parte imprescindible
de la existencia.
Me ha gustado mucho este texto, y creo que está bien
conseguido. A veces, inevitablemente, el monólogo se vuelve un poco forzado;
pero en líneas generales está resuelto con elegancia y con oficio narrativo.
“A la belleza no hay que
exigirle nada” (31). “La vida es un juego cruel en el que todos somos
perdedores” (72). “Sentirse indispensable llena mucho” (78).
Bueno, cuando yo me divorcié -la primera vez, ups- planté un lilar en le patio de mi abuela al quitar esta una higuera enferma...no tiene nada que ver, o casi nada, pero me lo ha traído a la mente.
ResponderEliminarSolo por eso lo leería, así de simple.
Besos.