Alfredo Gómez Cerdá es uno de los escritores
juveniles más premiados y más reconocidos (más justamente reconocidos, añadiré)
de España: raro es el libro que, saliendo de sus manos, no consigue situarse
entre los más leídos por nuestros niños o adolescentes. En el año 2008, por
ejemplo, constituyó un auténtico éxito su composición Barro de Medellín, que mereció el premio Ala Delta y que ilustró
deliciosamente Xan López Domínguez. En 2009 le habrían de conceder, además, el
Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
Nos cuenta la historia de Camilo y Andrés, dos
amigos inseparables que logran sobrevivir en un barrio pobre y marginal de
Medellín (Colombia), y que deben luchar contra dos imágenes que les torturan: a
Camilo lo persigue como un atroz estigma la embriaguez creciente de su padre,
que se vuelve cada día más violento y que lo obliga a traerle alcohol,
utilizando para ello los gritos y hasta la intimidación física; a Andrés lo
persigue el hecho vergonzante de que tanto su padre como su abuelo se ganen la
vida robando. Pero un singular edificio instalado cerca de sus casas variará el
rumbo de sus vidas: la enorme y bien surtida biblioteca, a cuya inauguración
acudieron los reyes de España unos meses antes. Allí se encuentran a Mar,
simpática y comprensiva bibliotecaria, y un océano de libros que, al principio,
sólo servirán para ser robados (de hecho, Camilo logra cambiar uno de ellos por
una botella de licor para su padre).
Finalmente descubrirán que dentro de aquellos
volúmenes se esconden la dignidad, el cambio y la posibilidad de ingresar en el
futuro por una puerta menos mugrienta que la que ellos han conocido hasta
ahora.
Sin ñoñerías, Alfredo Gómez Cerdá nos demuestra
que, en ciento cuarenta páginas, se pueden concentrar muchos instantes de buena
literatura, y que los mensajes educativos no tienen por qué ser plúmbeos.
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