sábado, 9 de febrero de 2019

Lejos del Paraíso




Adán y Eva se encuentran en el Paraíso; y Dios, enfadado con ellos por una trivial desobediencia relacionada con la recolección e ingesta de frutos, que propicia el Demonio, decide expulsar a la pareja de aquel recinto. Una vez fuera, tienen dos hijos (Caín y Abel), tan diferentes entre sí como diferentes son sus actividades. Hasta aquí, como bien evidente resulta, lo único que he hecho ha sido resumir en dos pinceladas la historia mítica que abre la Biblia.
¿Y qué hace Miguel Sierra con estos personajes y con este argumento? Pues, en síntesis, convertirlo en materia teatral. Introduce, eso sí, algunos cambios en el argumento y en la psicología de los personajes: convierte al Demonio en Luci; les da un pequeño papel a un par de ángeles (Aral y Omil), que intervienen un par de veces en la obra; hace que Caín sea el bueno y Abel el malo; posibilita que Eva le coja el gusto a hacer el amor tanto con su marido como con sus hijos (lo que la convierte a ojos de Luci en “la primera furcia de la historia”) y trata de convertirla en una especie de protofeminista, al hacerle observar que todos la explotan en el ámbito doméstico, puesto que cocina, limpia y cuida de los tres varones.
¿Una obra valiosa? Me parece que no. ¿Divertida al menos? No se me antoja así. ¿Una pieza que, aprovechando un argumento conocido, le introduce dos gotitas de trasgresión y quiere pasar por original? Por ahí creo que van los tiros.
Poco que aplaudir, la verdad.

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