martes, 8 de enero de 2019

Los años borrachos




En 1956 nació en Caravaca de la Cruz un joven al que pusieron por nombre José María Rafael Corbalán García, y que muy pronto iba a desarrollar unas inquietudes precoces y fuera de lo común; sobre todo, la música y la poesía. Un penoso accidente de tráfico segó su vida en 1979, cuando aún no había cumplido los veintitrés años. Tras su muerte, quedaron como testimonio de su hacer poético y prosístico un buen montón de páginas que el profesor Javier Orrico (amigo de juventud de José María) tuvo la paciencia de ordenar, anotar y sacar a la luz en la Editora Regional de Murcia, bajo el título de Los años borrachos.
En este volumen disparatado, creativo, juguetón y emocionante entra también un pequeño caudal de fotografías que Javier Orrico exhuma de sus álbumes, y donde puede verse no sólo la evolución física (necesariamente, tristemente breve) del escritor, sino también los rostros de algunos de sus amigos mejores: Jesús López, Alfredo García Beléndez o el propio Javier.
¿Y qué decir de esta colección de poemas y cuentos, sino que son de una belleza convulsa, brincadora, eléctrica? Hay textos escritos con líneas quebradas, en diagonal, en forma de pirámide; textos donde se vulneran de manera consciente y sacrílega una amplia porción de reglas gramaticales; textos donde se manifiesta el fervor por determinadas músicas y autores (en especial, Brian Eno y Robert Fripp); textos donde se nos habla con gran misterio de “las tres direcciones del fracaso” (p.64), donde se juega con nuestro idioma para referirse a unas ambulancias “idénticamente diferentes” (p.75) y donde se escriben versos locos, versos descoyuntados, versos llenos de metáforas y desafío.
En sus líneas advertimos una explosión de creatividad y un afán casi infinito de probar caminos, de buscarse mediante el ejercicio taumatúrgico de la escritura (la auténtica poesía es siempre un tablero ouija del corazón). Habitan en estas doscientas páginas los zarpazos, los fogonazos de luz en la noche, los experimentos formales y temáticos de una mente en ebullición, que quiso adelantarse a su tiempo mediante el ejercicio desenfadado de las vanguardias, pero que también esmaltó endecasílabos tan hermosos como ese “He detenido el tiempo para ti” que figura en la página 58.
Nunca sabremos a ciencia cierta hasta dónde podría haber llegado esta voz si el Tiempo, misericordioso, le hubiera permitido andar durante más años por el sendero de la poesía.

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