viernes, 21 de diciembre de 2018

Lampedusa




Hablaré hoy de la obra Lampedusa, de Maylis de Kerangal, que traduce Javier Albiñana para el sello Anagrama y que queda definida en la parte posterior del volumen como “novela”, para después recibir también las variopintas etiquetas de “intrincada constelación de formas”, “canto”, “pirueta literaria” o “canción hipnótica”. Y uno, que comienza a ser perro viejo en la afición al mundo de los libros, tiende a pensar con cierto fundamento que cuando se alinean muchas (y estrafalarias) nomenclaturas para designar una narración conviene acercarse a ella con ciertas sospechas preventivas.
En literatura todo resulta más o menos admisible, con tal de que quede escrito con elegancia, con profundidad y con belleza. Novelas teatrales, poesía en prosa, teatro narrativo y otra docena de formulaciones similares son tan legítimas como fértiles, siempre que no constituyan en realidad una mentira enarbolada con fines comerciales. Porque eso, me temo, es lo que sucede con estas páginas, que no son una novela, ni siquiera considerándolas con el más flexible y generoso de los criterios. Entiendo que dicha denominación activa unos resortes de ventas que no se pondrían en marcha si se dijese que éste es un texto (porque lo es) lleno de lirismo filosófico, de reflexión o de ambigüedades lectoras. Pero también entiendo que a la persona que acude de buena fe a la librería para adquirir un título no se le puede deslizar un embuste de este calibre.
Sería mucho más razonable y mucho más exacto decirle que va a adentrarse en un relato poliédrico y mezclado (cine, filosofía, antropología) que se activa a raíz de un accidente marítimo en el que murieron un buen número de inmigrantes. Pero que nadie busque en sus apenas sesenta páginas de generosa tipografía (sobre esa variante del timo tampoco será necesario insistir) ni argumento, ni personajes, ni elemento novelístico alguno, porque no lo hay. Al pan, pan; y al vino, vino.

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