sábado, 8 de diciembre de 2018

Debajo de los días




Lo he intentado varias veces y reconozco, con humildad y también con forzosa resignación, que me ha resultado imposible. Quería redactar una reseña donde quedasen reflejadas las líneas maestras de este asombroso, lúcido, memorable poemario que Ángel Paniagua acaba de ver publicado en la editorial Raspabook; y fui observando las palabras y frases que anoté con lápiz en los márgenes del volumen, al hilo entusiasmado de la lectura. Allí encontré “balance”, “cómputo de decepciones”, “contaduría de fracasos”, “melancolía”, “amores perdidos” o “mirada lánguida”; allí encontré paisajes al otro lado de la ventana, música de Bruckner o Scarlatti, rayas en el cuarto de baño, cicatrices que se acarician con tristeza, barro acercándose a la boca, vanas esperanzas erosionadas por el viento; encontré un torrente ígneo de citas en francés, en inglés, en alemán, en latín, en italiano, que no eran en realidad una exhibición culturalista del autor, sino astillas clavadas durante años en su corazón; y también encontré amor, esperanza, sonrisas, ilusiones.
Todos esos ingredientes estaban ahí, burbujeando, mezclándose, diciéndome en clave su verdad profunda. Eran como piezas de un puzle emocional que no podía quedar convertido (que no puede quedar convertido, ahora lo sé) en una reseña al uso, llena de palabras, lugares comunes y elogios banales. Eran como teselas de un mosaico majestuoso y lleno de luces, capaz de embriagar pero también de intimidar a algunos lectores, incapaces de enfrentarse a pecho descubierto al espectáculo de la franqueza.
Al fin, este volumen lleno de sinceridades, este libro de aliento crepuscular, este catálogo de amores febriles o dulces, prolongados o súbitos, termina imponiendo sus leyes y te obliga como crítico a rendirte: no puedes “decir” en una reseña de trescientas cincuenta palabras lo que el poeta ya dice con más plenitud, con más desgarro, con ritmo más trabajado a lo largo de sus generosas páginas. Sólo te queda permanecer en silencio, conmovido, convulso, sabiendo que volverás a sus versos varias veces en los próximos años, porque este paño de la Verónica que ha sido bautizado como Debajo de los días cumple y supera con amplitud todas las expectativas líricas que había generado. Y porque, quizá, sea un libro destinado más a la relectura (sosegada, intensa, proteica) que a la lectura misma.
El Ángel ha vuelto.

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