miércoles, 14 de noviembre de 2018

La novela del buscador de libros




Si usted no siente adoración por los libros, absténgase de leer esta obra. Se lo digo con toda la sinceridad del mundo. No va a entender nada. Todo lo que encuentre en estas páginas va a parecerle una colección de extravagancias, un dislate tras otro, una afición enfermiza, una pose diletante, un absurdo protagonizado por personas que, pudiendo dedicarse a otros menesteres más lucidos emplean sus horas en dejarse las pestañas sobre colinas de volúmenes desordenados, variopintos y, en la mayor parte de las ocasiones, insignificantes.
Si usted no siente adoración por los libros no entenderá al jerezano Juan Bonilla metiéndose en docenas de librerías de viejo, llenándose de polvo las manos, revolviendo en montones informes de letra impresa, en poemarios atropellados por el curso de los años, en ediciones maltrechas o malheridas por la humedad o los roedores. Ni entenderá por qué se avino a acudir a mercados donde las maras provocaban tiroteos y podía peligrar gravemente su vida. Ni entenderá tampoco que penetrase en una librería-peluquería (espacio quizá único en el mundo) o que coleccione todas las ediciones posibles de la Lolita de Nabokov, en idiomas que ignora.
Si usted no siente adoración por los libros será incapaz de entender por qué los libros se alinean en dos o tres filas en las estanterías de su casa y por qué, pese a esa gravitación sofocante, continúa metiéndose en subastas de Internet para conseguir más; por qué siente una felicidad casi orgánica cuando un libro largamente buscado aparece en la voz telefónica de un librero de Lima, que está dispuesto a guardárselo; por qué mantiene desde hace años un largo listado de volúmenes pendientes de adquisición y lo considera su biblioteca secreta.
Si usted no siente adoración por los libros no será capaz de apreciar la infinita belleza de las fotografías que adornan esta obra, donde encontramos los rostros de iconos de la bibliofilia (Abelardo Linares) y degustadores fervorosos del género (Andrés Trapiello o Juan Manuel Bonet), pero también lugares legendarios que se relacionan con ese mundo gutenbergiano (como la librería Strand, el Rastro madrileño o Encantes de Barcelona), así como cubiertas míticas de volúmenes no menos míticos.
Si usted no siente adoración por los libros no se adentre en La novela del buscador de libros. Hágame caso. Se podría contagiar de una enfermedad peligrosa.

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