sábado, 17 de noviembre de 2018

Guillermo Tell




El cine nos ha procurado, desde hace décadas, una imagen muy definida del mito de Guillermo Tell, así que intentar eludir ese condicionante a la hora de acercarnos hasta su formulación literaria por parte de Friedrich von Schiller (1804) resultaría de todo punto absurdo: el arquero suizo al que el abominable gobernador Gessler obliga a ensartar con una flecha la manzana que reposa sobre la cabeza de su hijo… y las consecuencias que esta cruel acción comporta.
Puestos a ser honestos, y juzgando esta obra dramática desde la óptica lectora de 2018, la verdad es que todo se resume en eso, porque las circunstancias históricas y ambientales de la pieza, la enumeración de los personajes reales que aparecen (y que son descritos en notas a pie de página) y las consecuencias políticas de los sucesos narrados nos resultan tan lejanas, tan desdibujadas, que las llegamos a conocer pero no a sentir, con lo cual queda invalidado en buena medida el poder revolucionario de su argumento. O, dicho de un modo más sintético: la anécdota del disparo con la ballesta es lo único que se salva de este drama, dos siglos después.
Es bonito, desde luego, que Gertrudis le hable a su marido y le diga: “Soy tu fiel esposa y exijo la mitad que me corresponde en tu tristeza” (acto I, escena II); es bonita la bendición que el barón Von Attinghausen dispensa sobre el hijo de Tell (“De esta cabeza, sobre la que estuvo la manzana, os florecerá una libertad nueva y mejor; lo viejo cae, los tiempos cambian, y una nueva vida se alza de las ruinas y crece”, acto IV, escena II); es bonita la fórmula que el arquero pronuncia para explicar que ha sido la decisión ignominiosa de Gessler la culpable de su ira (“En efervescente veneno de dragón me has transformado la leche de mis piadosos pensamientos”, acto IV, escena III)… Pero, a la postre, sólo esa secuencia intensa y famosísima reclama todavía nuestra atención y nos embriaga: el hijo mostrando su gallardía y su confianza en el pulso del padre; éste, temblando y pidiendo al inflexible gobernador que modere su saña; la saeta volando hacia su objetivo. El resto es charcutería histórica, tan aburrida para el lector actual que ni las notas bienintencionadas del traductor (Justo Molina, profesor de la universidad de Innsbruck) consiguen activar su interés.

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