sábado, 1 de septiembre de 2018

Pura alegría




Lamentaba Jorge Luis Borges, en una de sus páginas memorables, que la historia de don Quijote se hubiera convertido en una ocasión de brindis patriótico, en un objeto de análisis textual, en una pieza de enseñanza arquitectónica. Y recordaba lo que Miguel de Cervantes quiso hacer con su libro: contar una aventura, llena de meandros, filigranas, sonrisas, lágrimas, alborozos y decepciones. Esto es: una novela. Y concluía el argentino que leer no debería ser una obligación, sino una hermosa ocasión para alcanzar la felicidad. Cuando éramos niños nos sumergíamos en las aventuras de los tebeos, en los pasadizos misteriosos donde Los Cinco o Los Siete Secretos descubrían la solución al enigma. Luego nos dejamos ganar por el espeluzno o por la ansiedad en los volúmenes de Agatha Christie, Lovecraft o Edgar Allan Poe. Nos erizamos de pasión y de suspiros en los poemas de Pablo Neruda. Nos hicimos amantes del jazz en las líneas de Cortázar. Nos sentimos cultos y cómplices en los relatos de Jorge Luis Borges. Llenamos los pulmones con la emoción de Kavafis, Antonio Colinas o Brines. Disfrutamos como energúmenos con los parlamentos de Mihura o Laiglesia. Fruncimos el ceño mientras reflexionábamos a Unamuno, Cioran, Nietzsche o Fernando Savater. Teníamos clara la idea más importante de los libros: que uno ha de bañarse en ellos para sentir emociones, para ser, para estar, para vivir…
Antonio Muñoz Molina recupera esa reivindicación de plenitud en esta obra, formada por conferencias, disertaciones y escritos cuyo espíritu se ajusta a la idea central, enunciada arriba: leer es gozar. En esa órbita de íntima celebración, el escritor de Úbeda se dirige a “los que padecemos la dolencia […] de la imaginación” y nos deja ante los ojos sus experiencias con los libros y con la realidad que nos rodea: personas que terminan convirtiéndose en personajes, miradas que aprenden a roturar el alma de las cosas, volúmenes que lo marcaron, autores que se alzan hasta la categoría de imprescindibles... Todo aquí burbujea de amor a la literatura, de sacerdocio lector consagrado a autores predilectos (como Nabokov u Onetti, pero sobre todo a Max Aub, a quien homenajeó en su discurso de ingreso en la Real Academia) y a autores no tan amados (define a Milan Kundera como “un escritor que no me resulta particularmente simpático”), de éxtasis frente a la letra impresa. Cada página está empapada de nombres y de títulos, pero en ningún momento sentimos que se trate de una obra erudita, porque lo que en ella late de extremo a extremo es el fervor, la dicha de haber encontrado durante el camino tantas novelas conmovedoras, tantos relatos emocionantes, tantos versos inolvidables.
Este volumen respira gratitud; y los lectores nos sentimos desde la primera página identificados con el modo en que Antonio Muñoz Molina se prosterna respetuoso ante quienes han llenado su vida de felicidad de tinta. Un libro para celebrar los libros.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

HOla Rubén!!

Me alegra volver a leerte, que más que de vacaciones parecía que se me había tragado la tierra o había caído en un agujero negro...y me gusta volver a las buenas costumbres con un libro como este, y un autor, que paqué las prisas.

Besitos cielo.