domingo, 19 de agosto de 2018

Diván del Tamarit



Si se consulta el diccionario se puede comprobar que un diván es un asiento alargado para recostarse o tumbarse y que una gacela es un antílope que habita en zonas de África y de Oriente próximo. Pero cuando tenemos entre las manos el delicado volumen Diván del Tamarit, de Federico García Lorca, los significados son otros. Descubrimos entonces, acudiendo al mundo árabe, que un diván es una colección de poemas y que una gacela es un texto lírico generalmente de temática amorosa. Porque ese es el espíritu de este libro, que la editorial Cátedra acaba de poner en manos de los lectores españoles, justo antes del verano: una colección de versos que la universidad de Granada acogió como proyecto hacia 1934, con prólogo de Emilio García Gómez, pero que no apareció (y lo hizo en Buenos Aires) hasta cuatro años después del asesinato del poeta.
Las dos partes que componen el texto (“Gacelas” y “Casidas”) nos muestran la elegante maestría musical a la que había llegado el vate de Fuente Vaqueros, con recuerdos de amor, raíces amargas, faisanes que vuelan por las torres, jazmines mojados, ángeles que cantan, rosas que buscan misterios y muchachas doradas que se bañan bajo la luz de la luna. Además de algunas líneas que, casuales o proféticas, estremecen cuando son leídas ahora: “Quiero dormir un rato, / un rato, un minuto, un siglo; / pero que todos sepan que no he muerto; / que hay un establo de oro en mis labios” (Gacela de la muerte oscura).
En un mundo tan acelerado como éste en el que vivimos hay que aplaudir todas las reediciones que se efectúen con los buenos libros y con los buenos autores, porque nos ayudan a recordarlos o descubrirlos, sin permitir que el vértigo los hunda en la amnesia. Gracias a Pepa Merlo y a la editorial Cátedra, este diván de Federico García Lorca vuelve a brillar en los escaparates de las librerías.

1 comentario:

José Cubero Luna dijo...

PINTA UNA CRUZ EN TU PUERTA









Subió a los cielos de la nada, Federico,
-ardiente madrugada de Granada-,
con fiebre de poesía, aleteo de abanico,
y un regusto de muerte en la mirada.

Qué silencio de tumba es tu ausencia
en la cruz pintada de tu puerta;
ya nadie reconoce tu presencia,
crece la pena en el verde de tu huerta.

La guitarra gimió como el caballo,
y el caballo relinchó como la hormiga
cuando de horror y pena cantó el gallo.

Tu muerte, Federico, tu enemiga,
en tu Granada, cuando amanecía,
quien te la dio, la Historia lo maldiga.









Con tu permiso, Rubén, mi homenaje a Federico. Gracias.