lunes, 20 de agosto de 2018

De grillos y de umbrías




Finales del verano de 2018. Buen momento para releer los relatos del volumen De grillos y de umbrías, de Paco Ros, que cumplen la antigua mayoría de edad de los veintiún años (Mula, 1997), y qué puedo decir, si es como si tuviera a Paco delante mientras los recorro.
En estas páginas de orfebrería y luz me encuentro al mejor técnico en lluvias que conozco, al mejor ingeniero de la nostalgia y al muñidor delicadísimo de la prosa, que sale de sus manos como sale el agua cristalina de una alfaguara para decir de una muchacha delgadita que “está como desnatada” (p.27); para producir frases tan bella y literariamente ambiguas como ésa en la que dice que “algunos fuman y hablan las estrellas chispean en el cielo negro” (p.28); para sorprendernos con hallazgos líricos como el que encuentra observando “el atardecer en el cemento de las aceras” (p.37); para deleitarnos con su mixtura poética, al referirnos que ha visto “una calle estrecha y blanca con geranios y albañiles” (p.38); o para activar nuestro asombro cuando nos reproduce de modo inmejorable las cien conversaciones que se cruzan y confunden, en el guirigay de un bar (p.41).
No me canso de abrir las hojas de sus libros de vez en cuando, para que la brisa de la mejor literatura cruce mi despacho. No me canso de su infinita enseñanza metafórica. No me canso de considerarlo un maestro. “Luisa ha muerto”, “Barro entrañable” o “Caelum caeli” dan fe de la genialidad del autor.

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