viernes, 22 de junio de 2018

Dios está lejos




Una obra de teatro puede ser excelente por varios motivos: por la capacidad que tenga el autor para mover a sus criaturas en escena, haciendo que bailen una danza ágil, tensa o intensa; por las ideas que sea capaz de trasladarnos acerca de un determinado tema; por su revisión de sucesos históricos, a través de algunos entes ficcionales; por la lección simbólica que podamos extraer de los hechos que se representan ante nosotros… En ese ámbito, voces como las de Shakespeare, Strindberg, Buero Vallejo o Molière resultan paradigmáticas.
A ese elenco no conviene añadir a Marcial Suárez, al menos por lo que demuestra en su obra Dios está lejos, por más que le concedieran el premio Lope de Vega en 1979. Si tuviéramos que sintetizar su argumento en pocas líneas, diríamos que se nos muestra a Rosario, una mujer casada pero que ejerce la prostitución para sacar un dinero extra, se encuentra en un tren con Julio, que ha sido destinado como juez a la localidad. Cuando está con él en casa se entera de que su marido ha muerto tras caer de un andamio. Estaba acompañado por Daniel, hermano de Rosario… A partir de ese instante, todo son vueltas y revueltas alrededor de una serie de preguntas que nadie sabe resolver con seguridad: ¿mató Daniel a su cuñado por algún odio que surgió entre ellos? ¿Se suicidó el marido para librarse de la ignominia de saberse cornudo? ¿Cayó por accidente? ¿Actuó Daniel como asesino, tras haber pactado el crimen con su hermana?
Esa insistencia en los cauces de la niebla, de la vacilación, de la duda, que podría haber quedado maravillosa en las manos de un genio como Buero Vallejo, se convierte aquí en un pestiño insufrible que provoca bostezos.

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