viernes, 30 de marzo de 2018

La pajarodia




Revisito, veinte años después de mi primera lectura, un libro de don Francisco Sánchez Bautista, que su autor me dedicó y regaló. Se trata del tomo La pajarodia (Real Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1997), un manojo de fábulas que tienen como protagonistas a las aves, y que él trata de usar como fustigación contra poetitos, poetitas, poetastros y poetuchos (amén de contra ciertos políticos y otras voladoras carroñerías).
Continuamente me he reído, por la cantidad tan enorme de aciertos irónicos que el libro contiene. ¡Qué soberbia imaginación la de este hombre, qué meritorio caudal de lanzazos sonrientes y bien merecidos, por parte de las víctimas! En algunos textos, y a pesar de los años transcurridos, me ha parecido reconocer a estas “víctimas”: Victorino Polo, los miembros de L’Arrejuntaera, José Perona, Dionisia García, etc. Tal vez me equivoque en las adjudicaciones, pero yo creo que no. En todo caso, Paco Sánchez Bautista sabe jugar bien con la ironía, y domina un léxico musical y cazurro, que dota a estos textos de una jugosa almendra.
“El más necio hace ripios, que acumula / al currículum vitae, por si hay premio”. “Los poetisos clónicos, / las poetastras frígidas”. “¿Quién de gratis el arte no disfruta?”. “Y es que existen en Fauna / algunos emplumados / que una vez conocidos/ es mejor olvidarlos”. “Pues la Musa burla a quien / mucho abarca y poco aprieta / y pretende ser el Único / en las Artes y en las Letras”. “El más original es quien plagia antes”.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Soliloquios




Termino, fatigado de sintagmas tediosos, el volumen Soliloquios, del que es autor Agustín de Hipona, y que ha sido traducido del idioma latino por Pedro de Ribadeneyra (Atlas, Madrid, 1944). Yo creía que este hombre era mucho más “literario”, pero me he encontrado con una prosa dubitativa, de avance lento, espiral, reiterativa y geminada, donde todo se repite una y mil veces, con terquedad incomprensible. Es como si el santo tuviese tres o cuatro conceptos claros, y los fuera repitiendo cíclicamente, con voluntad de hacerlos grabar en la memoria o en la fe del que leyere. Infantil procedimiento. Produce enojo, sobre todo, porque tiene uno la sensación de no avanzar, de ir siempre dando vueltas alrededor de lo mismo, distintamente dicho. Una pesadez.
Hay, claro, reflexiones interesantes; y juicios que, de manera aislada, llaman mucho la atención. Por ejemplo, cuando en el capítulo XXI afirma que si Dios ha dado tanta belleza y primores a un mundo donde viven los buenos y los malos, ¿qué no tendrá reservado para el Cielo, donde sólo habitarán los buenos? Ingenuo, pero delicioso.
“El que ama al mundo, se hace enemigo de Dios”. “No es posible tener contentos en esta vida y en la otra, ni gozar aquí y allá”. “Yo no sé lo que Vos tenéis escrito de mí en vuestro libro”. “Cuando hacemos bien, los ángeles se alegran y los demonios se entristecen”. “No hay hombre vivo sobre la tierra que esté seguro”.

lunes, 26 de marzo de 2018

Las bicicletas son para el verano




Después de haber visto no pocas de sus películas y de haber devorado con gran admiración sus memorias, me acerco hasta el teatro escrito por el actor Fernando Fernán-Gómez, y doy con Las bicicletas son para el verano, una pieza que me ha resultado tan hermosa como espeluznante. No sé por qué (ignoro si se tratará de conmiseración o de morbo malsano), pero me gusta leer ficciones ambientadas en la guerra civil española de 1936; o en la inmediata y dura postguerra. Todas las imágenes que me contaba mi abuela se unen a los vagos recuerdos de mis padres, a la lectura de San Camilo, 1936, a la de La larga marcha, y a tantos otros artículos y relatos que, a lo largo del tiempo, me han ido informando sobre aquel tiempo amargo, lleno de claudicaciones, bajezas y renuncias.
Fernán-Gómez ha sabido comunicar muy bien todo este cúmulo de insanias, y con ello ha producido una hermosa pieza literaria. Dos momentos destacaré de la obra. El primero, cuando una mujer niega a su hija la posibilidad de salir a la calle para recoger pan, pues piensa que puede peligrar su existencia, añadiendo luego a la criada: “Asómate tú, Josefa”. A ella da igual que la frían a balazos, o que la masacren con una bomba: crueldad de madre, tal vez impensada. El segundo momento, es cuando don Luis pronuncia una frase tan repetida después (yo la leí varias veces en libros de Francisco Umbral) como perturbadora: “No ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria”. Gran y monstruosa verdad.

sábado, 24 de marzo de 2018

Sacristanes y proxenetas




Recuerdo que, allá por 1998, entré a la emisora de radio Onda Regional de Murcia para participar como crítico en un programa de literatura, y me presentaron a un profesor de filosofía que, tímido y desconocido, aguardaba allí para ser entrevistado por la publicación de su libro Sacristanes y proxenetas, una novela con la que obtuvo unos meses antes el accésit del premio Vargas Llosa, y que acababa de ser publicada en el sello Libertarias.
Ahora, veinte años después, releo aquellas páginas con la misma satisfacción con la que entonces lo hice. La obra nos narra las peripecias de Colomer, un profesor de filosofía que se ve envuelto a su pesar en una serie de crímenes donde interviene una secta de católicos ultramontanos, y en la que parecen estar enredados otros poderes fácticos. Contiene un buen manojo de escenas divertidas (esa descripción de los libros que hay en la biblioteca del casino de Murcia, cap.I; la jocosa manera en que se libra de unas pesadas proselitistas religiosas en un bar, cap.III; la huida que el protagonista tiene que ejecutar, desnudo y por un balcón, para evitar que lo capturen unos asesinos, cap.IX; o el exabrupto dirigido a un carpintero maloliente y maleducado, que ni siquiera se entera, cap.X), así como auténticas perlas líricas (“Los dátiles maduros colgaban como lágrimas amarillas de las palmeras”, p.71) y parlamentos de una ironía incendiaria (“En los períodos más decentes de la historia de España, hasta las amas de casa sabían cuál era el procedimiento más indicado para descuajaringar a su párroco. Hoy día, sin embargo, es difícil saber cómo se puede matar a un cura, porque ese sano ejercicio ya no lo practica casi nadie”, p.157).
Si no conocen la obra les aconsejo que se acerquen hasta ella. Van a disfrutar del humor, de la prosa y del atrevimiento de un narrador magnífico.

jueves, 22 de marzo de 2018

El disparate en la literatura española




Me acerco hasta las páginas de José Bergamín, escritor a quien no he frecuentado demasiado, y hacia el que dudo que cambie de actitud, porque me marea y decepciona. Esta vez he recorrido su obra El disparate en la literatura española (Renacimiento, Sevilla, 2005), que me ha provocado un grave estrabismo mental y guiños frecuentes de desaprobación. Creo que Bergamín era una especie de “palíndromo intelectual”; es decir, un pensador que leía al derecho, que interpretaba en diagonal y que escribía al revés. Total, un galimatías para los lectores. Acierta de vez en cuando, porque es imposible no acertar cuando se dice todo; pero no le veo atractivo por lado alguno, por más que me esfuerce. Para escritores paradójicos con más talento ya tenemos a don Miguel de Unamuno, francamente. Me ha gustado que utilice, para definir al licenciado Vidriera de Cervantes, la fórmula “paradójico suicida inmortal” (p.42), aunque entiendo que le cuadraría mejor al filósofo Cioran. Y ya está. El resto es una pura fanfarria de petardos, pingaletas y memeces, que lo mismo pueden ser verdad que mentira. O quizá al revés. Hacen falta mejores ideas y mejor expresadas para provocar mi admiración. Y para que repita con un prosista. “La escopeta es el instrumento de la bala”.

martes, 20 de marzo de 2018

Fragmentos de un libro futuro




Me dedico hoy a una exploración por el mundo poético de José Ángel Valente, por su volumen Fragmentos de un libro futuro (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000). Es un libro que me ha parecido heterogéneo, pues junto a poemas de honda belleza (como el que dedica a Cernuda en la p.28) alinea textos que yo, francamente, no alcanzo a percibir como meritorios. Nunca me ha gustado demasiado ese tipo de poesía que camina entre el zen y el aforismo tartamudo. Puede ser (no lo descarto) una limitación mía. Yo creo que el poeta debe darnos la suficiente belleza (o la suficiente sugerencia estética) como para entregarnos su don, sin necesidad de pedirnos que nos convirtamos en mineros especializados.
Pero, claro, cuando uno se tropieza con poemas como el que inscribe en la página 39, se da cuenta de que está ante un privilegiado de la palabra. Lo voy a copiar entero, para cuando relea estas hojas dentro de unos años: “Si después de morir nos levantamos,/ si después de morir/ vengo hacia ti como venía antes/ y hay algo en mí que tú no reconoces/ porque no soy el mismo,/ qué dolor el morir, saber que nunca/ alcanzaré los bordes/ del ser que fuiste para mí tan dentro/ de mí mismo,/ si tú eras yo y entero me invadías/ por qué tan ciega ahora esta frontera,/ tan aciago este muro de palabras/ súbitamente heladas/ cuando más te requiero,/ te digo ven y a veces/ todavía me miras con ternura/ nacida sólo del recuerdo./ Qué dolor el morir, llegar a ti, besarte/ desesperadamente/ y sentir que el espejo/ no refleja mi rostro/ ni sientes tú,/ a quien tanto he amado,/ mi anhelante impresencia”. Dios, qué espeluzno. Qué prodigio. Para releerlo veinte veces.
“El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparentes”. “Nada tiene más fuego que la ausencia”. “Lloradme nunca”. “Los límites perfectos de tu piel”.

domingo, 18 de marzo de 2018

Soy tú




Joaquín García Box es alguien especial. Muy especial. Este hombre que ama el teatro y el baloncesto, que se involucra con las fiestas de moros y cristianos, que se ha acercado al mundo templario y que estudió arquitectura técnica, se caracteriza por una voluntad tenaz de aprender cada día más cosas en el mundo de la escritura. Hace unos años descubrió que tenía ganas de contar historias, de poner por escrito aquellos argumentos que le martilleaban la cabeza, y un buen día se animó con Los 96. Luego dejó que el humor empapara sus páginas y nos relató las aventuras de Santa Claus en la Villa Olímpica. Y un poco después se animó con los relatos, variopintos y sorprendentes, que aparecen en De cofres, virtudes y otros pecados.
Pero como las locomotoras no se detienen así como así, en la Navidad de 2017 se ha descolgado con una novela cuántica, compleja, tentacular y llena de guiños y laberintos, que lleva por título Soy tú y para la que el artista Álvaro Peña planeó una impactante imagen de cubierta.
El resultado son 350 páginas en las que ustedes deberían sumergirse, para ver si son capaces de desentrañar las propuestas novelescas del autor murciano. Lean la contraportada y después, sin dejar que el miedo los paralice, tomen aire con fuerza y adéntrense en el libro. No es una novela fácil, sépanlo. No es una novela convencional. Es un texto exigente, pero les aseguro que la experiencia les va a parecer muy llamativa.

sábado, 17 de marzo de 2018

La caída en el tiempo




Leo La caída en el tiempo, de E.M. Cioran, en la traducción de Esther Seligson (Monte Ávila Editores, Caracas, 1977). Y vuelvo a encontrarme con el pensador terriblemente atractivo pero que devasta, porque no tolera ni un solo minuto de sosiego. Nada tiene colores; nada tiene esperanza; no hay luces en el horizonte. Cioran se plantea un implacable recorrido por la Historia y por el Hombre, y calcina toda posibilidad de dicha o alegría. Si Freud era un psicoanalista del individuo, podríamos decir que Cioran es el psicoanalista de la especie. Ambos incurren, como es fácil deducir, en notorias hipérboles, que llenan de dolor sus análisis. Pero al menos Cioran incurre también en la buena prosa, lo que no es poco. Sé (y digo ) que leeré más libros suyos.
“No son nunca los fuertes, sino los débiles, los que aspiran al poder”. “(El hombre) Nunca se acercará a las fuentes invioladas de la vida si sigue pactando con las palabras”. “Nunca se es tan hombre como cuando duele serlo”. “En cuanto alguien se deja envolver por una certeza, envidia en otros las opiniones flotantes”. “El psicoanálisis, terapéutica sádica, preocupada más por irritar nuestros males que por calmarlos, y singularmente experta en el arte de sustituir nuestros ingenuos malestares por malestares alambicados”. “De nada sirve someter al universo y apropiárnoslo: mientras no hayamos triunfado sobre el tiempo, seguiremos siendo esclavos”. “A tal punto la duda sobre sí mismos carcome a los humanos que han inventado el amor, pacto tácito entre dos desgraciados para sobrestimarse, para alabarse sin vergüenza”. “Se muere con mayor facilidad por el exceso de virtudes que por exceso de vicios”. “La enfermedad es la apostasía de los órganos”. “La sensatez ocupa el primer lugar entre los factores de esterilidad”. “(La cólera) Una crisis de demencia que nos preserva de la demencia”. “En un universo explicado sólo la locura tendría sentido”. “Saber que se es mortal es, en realidad, morir (...) todas las veces que uno sabe que debe morir”.

jueves, 15 de marzo de 2018

Vida de Rafael de Urbino




Leo la breve pero exquisita biografía que Giorgio Vasari compuso sobre uno de los grandes pintores y arquitectos de su tiempo (Vida de Rafael de Urbino), que edita el sello Cátedra en su colección Cuadernos Arte. La traducción corre a cargo de María Teresa Méndez Baiges y Juan Montijano García.
Delicado, respetuoso y admirativo, Vasari nos va mostrando a través de sus palabras los primores que el pintor fue disponiendo con sus colores y con sus perspectivas. Y lo hace con un texto cuyo arranque no me resisto a copiar aquí, por lo que tiene de admirable: “Cuán generoso y benigno se muestra a veces el cielo depositando o, mejor dicho, reponiendo y acumulando en una única persona las infinitas riquezas de sus grandes gracias y tesoros, y todos esos raros dones que por mucho tiempo solía repartir entre varios individuos pudieron verse en el no menos ilustre que dotado de gracia Rafael Sanzio de Urbino”. ¿Se puede esmaltar elogio más bien trenzado ni apreciación más justa? Añade más adelante el comentarista que en Rafael “resplandecían brillantemente todas las egregias virtudes del espíritu”, que sus padres lo criaron “con lo único que poseían: las mejores costumbres posibles” y que la naturaleza hizo el resto, otorgándole “el don de representar los rostros con un aspecto dulce y lleno de gracia”.
Y aunque en la página 65 Vasari se atribuye una modestia impotente para dar cuenta de todo el esplendor que Rafael fue capaz de obtener con sus pinceles (“No es posible realmente contar con todo detalle los hermosos recursos que empleó este ingenioso artista”), lo cierto es que casi todo el volumen constituye un encantador paseo descriptivo por obras de Rafael, las cuales pueden verse, bellamente retratadas, en el tomo. Ir leyendo a Vasari e ir contemplando la elegante majestad sobrehumana de las figuras rafaelescas. ¿Se le puede pedir más a una biografía de este tipo?

martes, 13 de marzo de 2018

En la ardiente oscuridad




Otra vez sumergido (no me gusta apartarme demasiado de ningún género) en el mundo teatral. Y con un autor de garantía, el inigualable Antonio Buero Vallejo, de quien releo En la ardiente oscuridad (Espasa-Calpe, Madrid, 2001), que tuve en las manos por primera vez durante mi etapa universitaria y que me dejó un fuerte sabor de boca.
No hay palabras. De qué modo tan turbador nos pone ante los ojos el desgarro íntimo de Ignacio, quien vive torturado por una pregunta esencial, metafísica, honda: ¿por qué yo? ¿Por qué la ceguera? La verdad es que he estado un par de horas con la cabeza bullendo de interrogantes (quizá más que durante la primera lectura: será que me hago viejo). Sabemos que hay dolor, y desgracia, y angustias. Pero no sé hasta qué punto estaríamos capacitados para asumir la carga de uno de esos fardos pesadísimos. El pobre Ignacio se tortura repitiéndose la certeza de su desgracia, y lanza su odio y su rencor de animal herido contra todo y contra todos. Es el personaje más humano de la obra, porque es el más consciente. Carece de ese conformismo borgiano del ciego que se resigna. Es el más enrabietado, el más lleno de úlceras, el leproso de alma, el megáfono espiritual que vocifera su angustia en medio de la comedia risueña (falsamente risueña) de los otros. Es el nazareno ciego, porque carga con la cruz de todos, sin que ellos lo sepan o lo quieran admitir. Qué terrible lucidez la suya, qué aciago destino el de la videncia sin ojos.
“No tenéis derecho a vivir, porque os empeñáis en no sufrir”. “Estoy ardiendo por dentro; ardiendo con un fuego terrible, que no me deja vivir y que puede haceros arder a todos”. “Puede que la muerte sea la única forma de conseguir la definitiva visión”.

sábado, 10 de marzo de 2018

Nunca mires atrás



La editorial Menoscuarto ha puesto en marcha una idea muy tentadora para los amantes de la novela negra: una serie protagonizada por una joven y sensual detective, Sonia Ruiz, cuyas peripecias sean narradas, en volúmenes sucesivos, por escritores diferentes. La han bautizado con el nombre de SeisDoble (ficha de dominó que, como sabemos, inaugura las partidas) y fue iniciada por Lorenzo Silva (Nada sucio), continuada por Andreu Martín (El lado oscuro), consolidada por Esteban Navarro (El club de la élite) y, ahora, alcanza su cuarto episodio de la mano del autor yeclano Claudio Cerdán, quien elabora una propuesta muy interesante.
El punto de partida lo tenemos en un contenedor de basura (imagen que Miguel Navia utiliza de forma impactante para la cubierta del libro), donde yace el cuerpo desmayado de una mujer, que ha bebido mucho y que se encuentra sin ropa interior. Se trata de nuestra protagonista, Sonia Ruiz, quien no logra recordar cómo demonios ha terminado en ese nauseabundo emplazamiento, qué hace vestida de un modo tan provocativo y, sobre todo, dónde ha podido perder o dejar sus bragas. Por suerte, una mujer llamada Mila, que se presenta como una antigua compañera del instituto, consigue sacarla de allí antes de que pase el camión de recogida; y le propone un caso para que lo resuelva: la desaparición de su marido, un forofo del Real Madrid que no ha tenido mejor idea que abandonarla de la noche a la mañana, dejándole tan sólo las deudas derivadas de la hipoteca.
A partir de ese instante nos encontramos con todos los ingredientes de una ágil novela negra: un miembro del CNI que ayuda a la protagonista, unos mafiosos rusos que le siguen los pasos muy de cerca, ambientes poco recomendables para acudir a tomarse una copa, una grabación subida de tono, un incendio en el que muere un hombre después de haber sido brutalmente torturado, un policía con un comportamiento sexual y moral menos respetable de lo que supondríamos o quisiéramos en un agente del orden… Y todo servido con una prosa eficaz, con un ritmo adecuadamente rápido y con la solidez que los lectores de Claudio Cerdán ya estamos acostumbrados a detectar en sus libros.
No me cabe la menor duda de que la cuarta entrega de SeisDoble será un éxito.

martes, 6 de marzo de 2018

Desgarrados y excéntricos



Es más que evidente. Se puede discrepar (yo discrepo) de las posturas ideológicas y religiosas de Juan Manuel de Prada. Se puede considerar que ha conducido su actividad articulística por senderos no del todo razonables. Pero lo que también me parece evidente es que el cabronazo escribe como Dios. Una de las demostraciones palmarias es su muy voluminosa obra Desgarrados y excéntricos (Seix Barral, Barcelona, 2001), con la que he disfrutado por segunda vez y que, también por segunda vez, me ha estremecido. He disfrutado con los primores de la sintaxis y el léxico de Prada; y me he estremecido pensando en la crudeza que puede mostrar el mundo de las letras con los ilusionados advenedizos que llegan a él con las alforjas no demasiado repletas de talento (o quizá sí repletas, pero careciendo de instinto depredador).
Las vidas de estos pobres mediocres son terribles, y también ilustrativas, y también llorosas. Hay en ellos (aunque pueda parecer lo contrario) muchas lecciones que aprender, quizá porque fueron los últimos ilusos. Lo único que yo le reprocharía a Juan Manuel de Prada es que haya abordado la crónica de sus existencias y de sus obras con ese despiadado tono general que adopta, y que lo acerca a la crueldad umbraliana. Un leve cachondeo es admisible (o puede serlo); una ligera mirada cínica puede ser aplaudida por los lectores. Pero el ensañamiento sistemático (se disfrace de lo que se disfrace) es poco amable.
Dicho eso, la obra es literariamente soberbia. No me supone ningún problema reconocerlo y pregonarlo.

“La literatura también se construye con la mampostería del olvido, y no sólo con las vigas maestras de la celebridad”. “En España las noticias se construyen con rumores, y no con la sustancia aburrida de la verdad”. “Sus palabras, como las de cualquier hombre libre, pastorean de todas las ideologías y de ninguna”. “En España el pensamiento no encauzado siempre ha provocado ronchas y sabañones”. “Todo odio constituye, en el fondo, una expresión amarga de la veneración”.

domingo, 4 de marzo de 2018

El tamaño de mi esperanza




Releo un libro más de Jorge Luis Borges, que reposa muy cerca de mi mesa desde que hace unos años me lo regaló la pintora Francisca Fe Montoya: El tamaño de mi esperanza (Seix Barral, Barcelona, 1994). Me ha encandilado, una vez más, la brillantez (algo alambicada) de la dicción borgiana; y la tormentosa arrogancia de sus adjetivos y verbos. Pero me ha decepcionado la temática que justifica y alienta el volumen. Salvo algunos apuntes dignos de recuerdo, hay fruslerías abominables (“Ejercicio de análisis”), bobadas que fomentan el bostezo (“Examen de un soneto de Góngora”) o páginas hechas de desinterés y nada (“Reverencia del árbol en la otra banda”). De golpe, te asalta el esplendor en sus líneas, quién lo negará; pero yo creo que esencialmente es un libro prescindible. Me he sonreído con alguna jactancia camuflada de humor (“Mientras yo viva, no me faltará quien me alabe”, p.24) y con tres poemitas anónimos españoles que Borges recoge, cuyos textos apunto aquí: “Se lamentaba un fraile/ de dormir solo./ ¡Quién pudiera en la celda/ meterle un toro!”. “¡Quién tuviera la dicha/ de ver un fraile/ en la boca de un pozo/ y arrempujarle!”. “Veinte palillos/ tiene una silla./ ¿Quieres que te la rompa/ en las costillas?”. Un tomo que se disfruta por algunos aromas que exhala, pero no, ay, por el guiso en sí.
“Esperanza, memoria del futuro”. “Toda aventura es norma venidera; toda actuación tiende a inevitarse en costumbre”. “Alegato para lo eterno son los versos de veras”. “¿Qué es eso de perfección? Un redondel es forma perfecta y, al ratito de mirarlo, ya nos aburre”. “La rima tiene un pecado original: su ambiente de engaño”.

sábado, 3 de marzo de 2018

Esperanza en la oscuridad




Sólo hace falta mirar unos instantes a nuestro alrededor para comprender que el mundo en el que vivimos está infestado de agresiones al clima, devastación de los recursos naturales, injusticias, inquietudes y miles de motivos para la congoja. Pero cometeríamos un error si nos amparásemos en ese panorama terrible para justificar nuestra parálisis, nuestra decepción, nuestro inmovilismo. Inquieta por esta posibilidad, la ensayista Rebecca Solnit nos muestra en este libro un enérgico manifiesto por la esperanza, que consiste según ella en “abrazar lo desconocido y lo incognoscible, una alternativa a la certeza tanto de los optimistas como de los pesimistas”. No se trata de mirar y lamentar; no se trata de mirar e ignorar; no se trata de mirar y confiar. Se trata de implicarse en un cambio activo, por pequeño que resulte. Ningún problema es solventado si no nos enfrentamos con él con determinación, con constancia, con ilusiones. En ese sentido, nos explica que no debemos concebir la esperanza como un billete de lotería (algo pasivo, en suma), sino como un hacha para derribar puertas,
Desde el poder y sus adláteres se nos pregona machaconamente que los movimientos de protesta, las manifestaciones o los gestos simbólicos no sirven para nada, pero Rebecca Solnit discrepa con esa explicación interesada y manipuladora (“Aquellos que pongan en duda la importancia de estos momentos deberían observar lo aterrorizadas que se sienten las autoridades y las élites cuando estallan”). Resignarse es un modo de contribuir al triunfo del desastre, y por eso son tan importantes y tan necesarias las indicaciones de la pensadora y activista estadounidense, partidaria de ese “hacer camino al andar”, que propusiera Antonio Machado.
En esta obra nos presenta la crónica de varias pequeñas batallas imprescindibles, de diminutas rebeliones que cambiaron cosas y que conviene tener muy presentes, “porque las derrotas y los desastres ya están suficientemente documentados”: grupos que evitaron vertidos tóxicos, que lograron cambiar leyes estatales, que coordinaron labores solidarias después del 11-S o del huracán Katrina, etc. En esos momentos críticos, en esos puntos de inflexión de la cotidianeidad hay que estar convencidos de que “los muros pueden justificar que estemos bloqueados; las puertas exigen paso”, lo que nos servirá como acicate y como impulso. Rendirse no es una opción cuando nos estamos jugando el porvenir de nuestros hijos, así que conviene limpiar nuestro corazón de fatigas, perezas o mentiras piadosas. El trayecto será difícil y apenas nos mostrará cambios infinitesimales, pero merece la pena. “El activismo (dice Solnit en la página 98 del volumen) no es un viaje a la tienda de la esquina, es una zambullida en lo desconocido. El futuro siempre está oscuro”. Los mecanismos de construcción de un nuevo horizonte han de combinar energía e imaginación, así como estar bien empapados de tenacidad, porque los mecanismos disuasorios que tratarán de desmoralizarnos son tan fuertes como evidentes. Y la respuesta final es “no”: no lograremos el triunfo absoluto. Nunca. Ha pasado el tiempo de las grandes revoluciones utópicas, que preconizaban un mundo idílico carente de chirridos, fricciones y manchas. Aspirar al “todo o nada” es tan absurdo como contraproducente, porque usando la vara de medir de la perfección todo se antoja corto o desilusionante. La ensayista de Bridgeport nos lo deja claro en un párrafo magnífico: “Esto es la tierra. Nunca será el cielo. Siempre habrá crueldad, siempre habrá violencia, siempre habrá destrucción. Ahora mismo se está produciendo una tremenda devastación. En el tiempo que se tarda en leer este libro desaparecerán acres de selva tropical, se extinguirá una especie, gente será violada, asesinada, despojada o morirá por causas fácilmente prevenibles. No podemos eliminar para siempre toda la devastación, pero podemos reducirla, prohibirla, reducir sus causas y socavar sus bases: esto son victorias. Un mundo mejor, sí; un mundo perfecto, jamás”.
Ha llegado el momento de tomar partido.

jueves, 1 de marzo de 2018

Beltenebros




Aunque lo ignoremos (o finjamos ignorarlo, porque nos asusta o nos conviene), la mayor parte de los seres humanos somos prisioneros del ayer. Unos barrotes invisibles formados por nuestras equivocaciones, nuestras ignominias, nuestros despropósitos o nuestras torpezas se yerguen alrededor de nuestra mente para mantenernos encarcelados. Quizá durante años no seamos conscientes de ese aherrojamiento y vivamos aparentemente libres, incluso dichosos, pero un simple gesto, la repetición de un suceso que creíamos sepultado por el olvido puede ser suficiente para gangrenar nuestra calma y desmoronarnos. 
En la localidad de Brighton, regentando una pequeña tienda de libros y grabados antiguos, vive un español. A pesar de su apariencia tranquila y de sus costumbres flemáticas, se trata de un antiguo capitán del ejército republicano, derrotado en la guerra civil española de 1936. Su apellido es Darman y, desde hace décadas, realiza trabajos inconfesables como ejecutor de traidores. Le llega la indicación de quién debe ser eliminado y él, sin que su familia sospeche de sus actividades sangrientas, toma aviones, se desplaza a las ciudades indicadas, localiza a su víctima y realiza el encargo con la frialdad más espeluznante: lo mismo hunde sus dedos en unos globos oculares que estrangula con sus manos o borra un rostro de un balazo a quemarropa. Es el mejor en su terreno. O al menos lo ha sido, porque ahora los años han depositado en él una pátina de descreimiento que le hace dudar de la justicia o la rectitud de quienes cursan las órdenes. 
Veinte años después de haber ido a Madrid para matar a un traidor llamado Walter, recibe instrucciones para volver a la misma ciudad y encargarse de Andrade, quien al parecer está haciendo que todos los miembros de la organización clandestina caigan en manos de la policía franquista. Pero el capitán Darman descubrirá en la capital de España que el pasado se agazapa en los pliegues más insospechados del Destino. Si junto a Walter se encontraba Rebeca Osorio, a la que Darman deseó desde el principio y junto a la que no pudo quedarse porque la atrocidad de su crimen lo había convertido a sus ojos en un engendro, ahora junto a Andrade se encuentra una chica sorprendentemente igual a ella, que responde también al nombre de Rebeca Osorio. Esta simetría perturbadora e inquietante empapará de inquietud muchas de las páginas de la novela. Y por detrás del capitán Darman, persiguiéndolo o acechándolo como un espectro, notará la caliginosa figura del comisario Ugarte, a quien nadie ha visto nunca con nitidez (se esconde siempre entre las sombras) y al que se identifica con el sobrenombre de Beltenebros, el Príncipe de las Tinieblas.
Una novela cuya densidad emocional y cuyo rigor semántico son tan notables que ha de ser leída con mucha lentitud, para no perderse ni uno solo de sus matices. La experiencia literaria es inigualablemente enriquecedora.