sábado, 30 de diciembre de 2017

Tres sombreros de copa



Aprovecho las vacaciones de Navidad para releer (creo que por cuarta vez en mi vida, además de haberla visto representada por el maravilloso Luis Varela) la obra Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura. Y reconozco que me siguen fascinando su humor absurdo, sus diálogos disparatados, su ritmo escénico, sus incorrecciones políticas; y que me sigue conmoviendo también la tristeza honda que late por debajo de estas vidas ambulantes.
Mihura nos pone ante los ojos al voluble y timorato Dionisio, que carece de toda energía para dirigir su propia existencia; y al almidonado don Sacramento, su futuro padre político, que le dibuja en pocos minutos un horizonte lánguido y lleno de silencios; y a la alocada Paula, que en el fondo sólo quiere ser una chica que encuentre al hombre de su vida, para construir una familia con él… Y con todas esas líneas nos retrata maravillosamente la colisión de dos mundos antagónicos: en uno reina la alegría; en el otro, la roña. Y Dionisio siente que tiran de él en las dos direcciones. Paula lo invita a adentrarse por el sendero de baldosas amarillas, que conduce a playas donde jugar con la arena, donde reír mirando los ojos de la mujer amada, donde no hay viejos centenarios con quienes tomar el té; y Margarita le franquea la puerta hacia un cónclave de salones penumbrosos, en los que tendrá que ser formal, poner cuadros tradicionales en las paredes y comer huevos fritos, porque las personas de orden adoran siempre los huevos fritos…
Pero Paula comprende a tiempo que no sería justo privar a Dionisio de una vida estable, ordenada, burguesa y con recursos económicos asegurados, así que se hace prudentemente a un lado y empuja al pusilánime muchacho hacia Margarita. Si durante buena parte de la obra ha tocado sonreír, ahora toca contener las lágrimas cuando piensas en el inmenso sacrificio que la pobre muchacha acomete.

Qué grande, Miguel Mihura. Qué control de la escena y de los personajes. Qué maestría para construir las emociones de sus lectores y espectadores. Qué valor para ser distinto.

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