miércoles, 27 de septiembre de 2017

Disciplina sin lágrimas



Educar a los hijos. Son apenas cuatro palabras, pero constituyen un quebradero de cabeza para millones de personas, que no terminan de encontrar el método más adecuado para hacerlo. Seguir un patrón autoritario supone convertirse en una figura ríspida, gruñona y tensa. Elegir un modelo demasiado blando nos provoca vacilaciones, porque se nos antoja inoperante para imponer auténtica disciplina. ¿Qué hacer, entonces? ¿Por qué opción decidirse? ¿Por quién dejarse aconsejar? ¿Qué camino elegir?
Los terapeutas Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson nos proponen, en este tomo que traduce Joan Soler Chic para Ediciones B, un sistema basado en la escucha, la serenidad, la interacción y el respeto. Desde el principio del volumen nos dicen algo que sabemos de sobra quienes formamos parte del colectivo (“Los padres están cansados de chillar tanto, de ver malhumorados a sus hijos, de que estos sigan portándose mal. Saben qué clase de disciplina no quieren utilizar, pero no saben qué alternativa elegir”) y luego, poniendo ejemplos prácticos, esmaltan consejos para evitar las tormentas emocionales, o al menos para reducir y reconducir las mismas.
Se trata, en suma, de mantener una posición reflexiva y mesurada la mayor cantidad de veces que sea posible, para construir esquemas reguladores propios en el cerebro del niño; porque los “combates” de gritos o de malos gestos no son en el fondo más que batallas de amígdalas, donde nadie consigue alzarse con la victoria: ambas partes sufren la erosión de la ira, que siempre es una derrota entre seres que se aman.
Lo mejor de la obra: la gran cantidad de casos prácticos que nos propone, incluidas muchas “muletillas verbales” que ofrece como auxilio para situaciones de estrés.

Lo peor: los dibujos que acompañan al volumen (horrendamente infantiloides) y la excesiva repetición de consignas, que fatigan por asfixia. Con ochenta páginas menos se habría dicho lo mismo, más concentradamente.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

¡Hola Rubén!

Soy educadora infantil aunque me pasé a la Educación Especial hace muchos años, pero lo que tengo muy claro es que la letra con sangre no entra; en casa siempre he procurado tratar a los míos como a los alumnos, y viceversa, buscar un término medio entre consentidora y reprimidora, los extremos no funcionan.

Libro anotado.
Un besito.