sábado, 12 de agosto de 2017

Utopía



Perplejo, doy fin a la lectura de Utopía, de Tomás Moro, que traduce el profesor Joaquim Mallafré Gavaldá (Planeta, Barcelona, 1984). Y comienzo con ese adjetivo porque el volumen me ha pasmado. ¿Esta bobada es la que pasa por ser núcleo vertebrador de todas las “utopías” ideales del mundo? Pues menuda mierda. Se nos describe una isla claustrofóbica, atenazada por la geometría más férrea, donde se tolera y fomenta la esclavitud, nadie tiene propiedades y nadie goza tampoco de libre albedrío. Como guarnición del plato, justifica sus expansiones coloniales advirtiendo que la tierra es de todos. Y como salsa para acompañar, soborna a los enemigos, utiliza mercenarios para la guerra, niega la libertad de desplazamiento a sus ciudadanos, propone una riqueza agrícola jamás mitigada por el clima ni por los desastres naturales, condena con brutal exageración la sexualidad llevada a cabo antes del matrimonio, etc. El ser humano es, pues, una máquina para cumplir objetivos (¿quinquenales?); y la sociedad, una fábrica silenciosa y bien lubricada, llena de aquiescentes maquinitas. Patético, ingenuo, cruel, pueril y orwelliano. Bobada supina.

“Por naturaleza todos los hombres sobrevaloran las propias ocurrencias”. “No dejéis que tantos se eduquen en la ociosidad”. “¿No es como una locura estar orgulloso de vanos e inútiles honores? Pues ¿qué natural o auténtico placer encuentras en la cabeza descubierta o en las rodillas dobladas de otros hombres? ¿Aliviará esto el dolor de tus rodillas o remediará tu jaqueca?”. “Es más propio del hombre prudente evitar la enfermedad que querer medicinas”. “Pensó que era una cosa inadecuada y estúpida y una señal de arrogante presunción obligar a todos los demás con la violencia y las amenazas a estar de acuerdo con aquello que uno cree que es verdadero”. “Los muertos conviven realmente con los vivos como observadores y testigos de todas sus palabras y hechos”. “Los ricos, tanto por fraude particular como por las leyes públicas, cada día esquilman y arrebatan al pobre parte de sus medios de vida diarios”. “Aquella misma apreciada princesa, doña Moneda”.

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