martes, 13 de junio de 2017

Rayuela



Llego a la reseña número mil de mi blog. Quién lo hubiera dicho el día en que decidí comenzar esta aventura. Pasan los años y quedan los libros, anotados aquí. Por supuesto, para una ocasión tan especial no podía lanzarme a un libro cualquiera. Tenía que ser uno mágico, distinto, único. Quería releer uno de los que me han marcado durante estos 35 años que llevo como devorador de volúmenes. Y he elegido Rayuela, de Julio Cortázar, el gran libro de mi primera juventud, la primera novela que me conmocionó hasta la taquicardia, hasta el éxtasis, hasta la asfixia. Ignoro si alguna vez volveré a encontrar una obra que me perturbe como ésta. Lo dudo. He saltado el medio siglo y ya carezco de los entusiasmos frenéticos que poblaron mi juventud. Pero seguiré buscando, por si acaso.
Desde que la encontré, allá por 1988, la he releído media docena de veces, he escrito sobre ella, he impartido charlas sobre sus mecanismos narrativos y he pregonado sus virtudes a quien ha querido escucharme. Siempre la menciono cuando me preguntan por mis libros imprescindibles. Durante mucho tiempo viví conmovido por sus páginas. ¡Qué explosión enorme de sensaciones, qué universo de temas, de ideas! La angustia atroz de Horacio Oliveira, su terror existencial, su falta de asideros vitales, intelectuales y amorosos, su agonía de desterrado, su orfandad absoluta. Todo se alía en este volumen para tejer una malla hermosa y terrible, brutal y atrayente, viscosa y genial. Además, las innovaciones formales de Cortázar son tan removedoras como los gestos íntimos de su protagonista: capítulos casi redactados en escritura fonética, o con historias paralelas (en líneas alternas), o con léxico inventado (cap.68), o con... Los múltiples experimentos textuales son también notorios: combinatoria suma de los capítulos, reinvención de la novela en las manos de cada lector, etc. De la lectura de un libro así no se sale, afortunadamente, indemne: se sale lleno de luces y de heridas. Yo, quizá, salí escritor.
Copio algunas de las frases que subrayé con rotulador rojo y que, con el paso de los años, me siguen atrayentes: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. “Nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. “Atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras”. “Los terrores, qué lujo para la imaginación”. “Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas”. “Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser”. “Si hablamos de amor hablamos de sexualidad. Al revés ya no tanto”. “La realidad está ahí y nosotros en ella, entendiéndola a nuestra manera pero en ella”. “El hombre se agarra de la ciencia como de eso que llaman un áncora de salvación y que jamás he sabido bien lo que es. La razón segrega a través del lenguaje una arquitectura satisfactoria, como la preciosa, rítmica composición de los cuadros renacentistas, y nos planta en el centro”. “Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo”. “Pretender que uno es el centro es incalculablemente idiota. Un centro tan ilusorio como lo sería la ubicuidad. No hay centro, hay una especie de confluencia continua, de ondulación de la materia. A lo largo de la noche yo soy un cuerpo inmóvil, y del otro lado de la ciudad un rollo de papel se está convirtiendo en el diario de la mañana, y a las ocho y cuarenta yo saldré de casa y a las ocho y veinte el diario habrá llegado al kiosco de la esquina, y a las ocho y cuarenta y cinco mi mano y el diario se unirán y empezarán a moverse juntos en el aire, a un metro del suelo, camino del tranvía”. “Tal vez el amor fuera el enriquecimiento más alto, un dador de ser”. “Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano”. “Puede ser que haya otro mundo dentro de éste, pero no lo encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas, no lo encontraremos ni en la atrofia ni en la hipertrofia. Ese mundo no existe, hay que crearlo como el fénix”. “Cuántas veces me pregunto si esto no es más que escritura, en un tiempo en que corremos al engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismos. Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar por su alegre cibernética, ¿no será otra vez literatura?”. “Todo cariño es un zarpazo ontológico, una tentativa para apoderarse de lo inapoderable”. “Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (...) Total parcial: te quiero. Total general: te amo (...) Lo que mucha gente llamar amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto”. “El mero escribir estético es un escamoteo y una mentira, que acaba por suscitar al lector-hembra, al tipo que no quiere problemas sino soluciones, o falsos problemas ajenos que le permiten sufrir cómodamente sentado en su sillón, sin comprometerse en el drama que también debería ser el suyo”. “El escritor tiene que incendiar el lenguaje, acabar con las formas coaguladas e ir todavía más allá, poner en duda la posibilidad de que este lenguaje esté todavía en contacto con lo que pretende mentar. No ya las palabras en sí, porque eso importa menos, sino la estructura total de una lengua, de un discurso”.

Rayuela es una vida dentro de mi vida.

2 comentarios:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

La descubrimos en el mismo año, más o menos, y esa primera lectura de Rayuela, literalmente "me rayó" pensé que era la obra de una noche de chupitos y la dejé un tiempo en la estantería.
Años después pasé a ser una "Rayuelafílica" convencida, y como diría un amigo escritor: la verdadera Historia Interminable.

Besos.

Beatriz Olivenza dijo...

Cómo te comprendo, colega bloguero. Suscribo cada una de tus palabras. "Rayuela" es de esos libros que me he tenido que comprar varias veces porque insisto en prestarlo (y ya se sabe que ése es un riesgo del que se suele salir con un libro de menos, aunque, con un poco de suerte, con un admirador más del escritor en cuestión). El ejemplar que actualmente habita en mi biblioteca está lleno de adhesivos que señalan mis pasajes más queridos. Abro uno al azar: "La vida, como un comentario de otra cosa que no alcanzamos, y que está ahí al alcance del salto que no damos".

Qué grande siempre Cortázar. Me están entrando ganas de jugar a la rayuela una vez más.