martes, 30 de mayo de 2017

Salvación



Quizá la gran pregunta que recorre invisible todos los libros de Miguel Sánchez Robles (Caravaca de la Cruz, 1957) sea tan sencilla como trascendente: ¿tiene la literatura una misión salvífica? Y en caso de que la respuesta resulte ser que sí, ¿de qué nos salva? ¿De la decepción, del dolor, de la amargura de ir caminando hacia la muerte, del vacío, de los atardeceres sin nadie al lado, de sentir por dentro la carcoma de una tristeza que no podemos exteriorizar, de las miradas que se quedan perdidas y no encuentran el camino de retorno, de las amistades que el tiempo erosiona y destruye?
Quienes llevamos años leyendo y admirando a este magnífico escritor (repetiré una vez más que en España hay varios poetas a su altura, pero ninguno por encima) hemos comprobado, en prosa y en verso, que esa interrogación palpita en todas sus páginas. Y también lo hace, de forma muy especial, en Salvación, el texto que le acaba de publicar la editorial Gollarín. ¿Es una novela? ¿Es un largo poema en prosa? ¿Es un caleidoscopio de metáforas? ¿Es la más hermosa carta de amor que una madre ha recibido jamás de su hijo? ¿Es una sucesión de diapositivas emocionales que revelan la temperatura de un alma? A todas esas preguntas hay que responder que sí, porque el volumen se acoge a la amplia definición que usaba el también caravaqueño Miguel Espinosa cuando hablaba de sus obras y las definía como “libros”, sin más etiquetas castradoras.
Miguel Sánchez Robles nos acaba de entregar todo el lenguaje de su corazón. O todo su corazón hecho lenguaje. Y en las casi trescientas páginas del tomo palpitan dolores, lágrimas, añoranzas, descripciones de paisajes (internos y externos), reflexiones filosóficas, corolarios de vida y sentencias que, firmadas por Horacio o Montaigne, encontraríamos consagradas en un buen número de manuales. Que nadie busque aquí una “línea argumental” a la antigua usanza, porque la literatura de este autor no se ciñe a ese tipo de reduccionismos. Miguel Sánchez Robles no quiere contarnos una historia, sino que prefiere dejar que el lenguaje burbujee y construya a base de explosiones, colores, metáforas bizarras y perlas adjetivas un fluir lírico que va envolviendo a los lectores y los instala en un universo paralelo, compuesto de memoria, poesía y reflexión.
“Estoy aprendiendo a vivir despacio”, nos indica el autor al principio de la obra. Y el consejo, por sabio y por útil, convendría aplicarlo también a la lectura de Salvación: entremos despacio y sin inhibiciones en sus páginas, dejemos que su oleaje de palabras nos humedezca la piel del corazón y, al final, quedaremos tan asombrados como conmovidos.
Gracias, Miguel. Por tus libros, por tu lucidez, por tu constante enseñanza, por tu fecundidad, por tu brillantez incontestable. Nunca ha sido más atinado el verso de Bécquer: poesía eres tú.

2 comentarios:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

En medio del silencio,entraste al mundo.
Hecho carne lloraste y amaste a los hombres.
Sanaste al enfermo,limpiaste al leproso,cambiaste el llanto en gozo…

¡Hola Rubén!
No me digas de donde he sacado esto que ni lo se, solo que al ver el título del libro me lo ha recordado (dichosa memoria fotográfica que no almacena datos biográficos)el caso es que me suena el libro pero estoy segura que no lo he leído, no se si lo habré visto en otro sitio, en una librería, en un blog (si lo tengo en casa y no lo recuerdo es para matarme) pero me gusta la intensidad y el cariño con el que lo has reseñado xiquet meu, así que lo anoto por si acaso no lo tengo, no es el que yo creía o al acabar de escribir esto se me olvida que he de buscarlo.

Un besito.
Yolanda.

Julián Montesinos Ruiz dijo...

Excelente reseña. Comparto todo lo que dices. Admiro a Miguel. Él lo sabe. Un abrazo, Rubén, con cariño.
Tu amigo, Julián.