viernes, 28 de abril de 2017

Te veo triste



Todos emprendemos, en mayor o menor medida, búsquedas. Pero la que tiene que ultimar la joven traductora Marta Sampiero es singularmente curiosa. Su padre, un escritor de cierta fama, acaba de fallecer; y deja indicado que su hija encuentre a una misteriosa mujer llamada Carmen Cabrera y que le comunique su muerte. Al principio, el desconcierto invade a la muchacha, pues ignora quién puede ser esa persona; pero después comienza a registrar las pertenencias de su padre en su casa de Zaragoza (carpetas, cajones, libros) y acaba encontrando diarios y cartas donde el nombre de Carmen sale a relucir. Por lo que parece, mantuvieron algún tipo de relación sentimental que se desarrolló en lugares como Varsovia o Dublín... pero Marta sigue sin encontrar a la enigmática dama.
Pero ese eje tibiamente detectivesco (que no he hecho sino esbozar y que desvela muy poco a los posibles lectores de la novela) no debe desviarnos de la auténtica esencia de este libro, que se mueve por caminos diferentes. “Hay búsquedas que no resultan fáciles. La de uno mismo suele ser complicada”, leemos en la página 14. Y en verdad que ahí sí que podemos detectar una pista clave para entender la obra. Marta fue una adolescente complicada, que no consiguió nunca sintonizar bien con su padre. Crecieron entre ellos demasiados muros y verdeció demasiada hiedra, hasta el punto de que se convirtieron en extraños el uno para el otro. Con el paso de los años, y con esa maduración lenta que produce en los espíritus y en los corazones, Marta ha entendido que fue injusta con Luis y que quizá su modo de compensar esos agravios sea acercarse hasta Carmen (forma vicaria de acercarse también a su padre) y mirarla a los ojos. Eso no eliminará el dolor que atesora en el alma (“El pasado necesita gomas de borrar. Muchas. Porque de lo contrario sería difícil asumir tantos errores, tantos empeños falsos, tanto disparate”), pero le servirá para descargarse de una parte de su tristeza.

En algunas ocasiones (en demasiadas, quizá) Fernando Sanmartín se abandona a unas estructuras de avance lento (“X es Y, X es Z, Z es W...”) que producen fatiga por acumulación. Pero en líneas generales su estilo es lírico y seductor, consiguiendo que la lectura sea muy gratificante. Esta publicación de Xordica es una deliciosa pieza narrativa a la que conviene aproximarse.

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