domingo, 25 de diciembre de 2016

Confesionario



Los parroquianos que pululan por el bar donde se sitúa la acción dramática, situado en la zona costera entre Los Ángeles y San Diego, no pueden ser más variopintos y, a la vez, más parecidos entre sí: una borracha llamada Leona, que vive en un remolque y que lleva una existencia trashumante buscando pequeños trabajos esporádicos en salones de belleza de bajo nivel; un bala perdida que responde al nombre de Bill y que, tras ser acogido por ella en su remolque hace unos meses, le acaba de ser infiel de la forma más burda; una zarrapastrosa a la que conocen como Violeta, quien protagoniza constantes trifulcas con Leona, a la que tiene auténtico pavor; Monk, el dueño de aquel garito infecto, adornado con luces pobretonas y con un gran pez espada disecado en la pared; una pareja de homosexuales de paso, que recalan allí accidentalmente y que se sienten bastante fuera de lugar; Doc, un médico o presunto médico cuyas facultades hace ya tiempo que quedaron desbaratadas por el alcohol... Y, de fondo, la presencia invisible de Haley, un hermano de Leona al que la muerte se llevó en plena juventud.
Este catálogo de náufragos beben y chocan entre sí en una ceremonia sórdida, en la que se dedican improperios y se lanzan a la cara sus miserias, mientras fluyen las horas, ajenas a su fracaso. Leona, gran eje de la pieza, vive malherida por las imágenes de su ayer, que siguen contaminando su presente (“Es una suerte que te sientas mal del estómago, porque tu estómago puede vomitar. Pero cuando te sientes mal del corazón, entonces es terrible, porque tu corazón no puede vomitar los recuerdos”) y trata de encontrar en algunas de esas imágenes pretéritas, mínimamente gratas, una luz tibia a la que aferrarse, para no admitir que pertenece sin remedio a la escoria social (“¿Cómo se sentirá uno cuando no ha tenido nada hermoso en su vida y ni siquiera sabe que lo ha perdido?”).

Hacia el final de la obra (que traduce Elvio E. Gandolfo para el sello Losada), cuando una imprudencia criminal de Doc los invita a disolver el grupo, Leona seguirá imaginando que aún no es tarde, que aún puede sobrevivir a la ignominia. Como no ha leído a los clásicos españoles, considera que cambiar de sitio equivale a cambiar de vida. Pobre. Dejémosla con esa débil ilusión.

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