jueves, 6 de octubre de 2016

Las víctimas como precio necesario



“Víctimas ha habido siempre, pero durante mucho tiempo han sido invisibles o, mejor, han sido invisibilizadas, porque se las consideraba el precio obligado de la marcha de la historia”. Con estas crudas palabras comienza el volumen Las víctimas como precio necesario, que pronto pasa a contrarrestar tan aterradora fórmula comunicándonos la postura inequívoca de sus editores: “El asesinato no puede tomarse como una fatalidad del destino o como un pago necesario para conseguir objetivos políticos. Por eso, las víctimas tienen que dejar de ser el precio silencioso de la política y de la historia” (p.11).
Uno a uno, los diferentes investigadores que componen este enjundioso trabajo nos van trasladando sus particulares análisis sobre el mundo que nos rodea.
Alberto Sucasas desarrolla, alrededor de la figura y la obra de Imre Kerstész, una fenomenología de lo inmundo, centrándose en su experiencia en Auschwitz, donde el horror, la supervivencia y el fatalismo cohabitaban y donde la identidad quedaba a la postre herida o devastada.
Jordi Maiso constata con gran pesadumbre que “el aluvión de imágenes de violencia, sufrimiento y catástrofes [...] desborda nuestras capacidades de asimilación y, al mismo tiempo, acompaña nuestra cotidianeidad como un telón de fondo permanente” (p.52) y explica la frialdad que se deriva de un modelo económico capitalista en el que todas las relaciones quedan impregnadas de un tinte económico. Esa frialdad, en su opinión, se constituye en “una fuerza social activa, muda pero omnipresente” (p.59). Y la conclusión a la que llega no puede ser más aterradora: “Todos saben lo que les ocurre a los que quedan estigmatizados como perdedores. La supervivencia cotidiana exige aceptar como un dato incontrovertible la incesante proliferación de vidas sobrantes, desechadas, desperdiciadas y desahuciadas” (p.69).
David Galcerá se acerca hasta las reflexiones de Primo Levi, que analizan la compleja relación entre víctimas y verdugos en el hediondo territorio de los campos de exterminio nazis.
Alejandro Baer y Natan Sznaider realizan un abordaje muy interesante a la delicada cuestión de las fosas franquistas o la Argentina posdictatorial, cuyas ramificaciones continúan abiertas y llenas de dolor.
Reyes Mate sugiere que, tras la brutalidad o el terrorismo, “tenemos que repensar la paz desde la experiencia de la barbarie y no haciendo abstracción de ella” (p.106). Y aplica su análisis a los casos de ETA (España) y de Colombia.
También Martín Alonso se acerca hasta los crímenes etarras y desmenuza con rigor los mecanismos discursivos y sanguinarios del mundo abertzale.
El sociólogo Imanol Zubero nos muestra las alarmantes cifras mortales que se registran en el mundo del trabajo (una persona fallecida cada 15 segundos en el mundo durante el año 2012, según la OIT), que también son “víctimas necesarias” del sistema capitalista.
Óscar Mateos nos ofrece un valioso trabajo sobre la “justicia transicional” que puede observarse en el continente africano, donde los odios étnicos y los conflictos económicos y territoriales han generado un caudal millonario de víctimas en Ruanda, Sierra Leona, Mozambique o Sudáfrica.
José A. Zamora aborda el mundo de las víctimas relacionadas con el tráfico y nos traslada unas cifras estremecedoras: “La elaboración de nuevos métodos de recolección de datos y el crecimiento de los estudios concretos permiten hoy una proyección suficientemente fiable que elevaría a más de 45 millones el número de muertos por el tráfico y a más de 1500 millones los heridos desde que se inventó el automóvil” (p.190).
Y la magistrada Isabel Germán Mancebo (la única autora que aparece en el volumen nos habla de su experiencia como protagonista de un accidente vial y extrae conclusiones humanas y jurídicas del trágico suceso.

En conclusión, un trabajo lleno de interés y de reflexiones enjundiosas, en el que tan sólo faltaría añadir alguna aproximación a los campos soviéticos o chinos, que hubiera completado la visión de conjunto.

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