jueves, 18 de agosto de 2016

De este pan y de esta guerra



Cuando tuve ante los ojos la cubierta del volumen De este pan y de esta guerra (1916), de Jesús Zomeño, estaba lejos de imaginar que sus relatos conseguirían maravillarme como lo han hecho. Y no porque desconfíe de los autores a los que aún no he leído, ni porque descrea de la posibilidad de los milagros literarios. Se trata más bien de que los bostezos son en el mundo de la literatura actual más habituales que los asombros, tanto si nos adentramos en autores nacionales como foráneos. Pero aquí hubo magia, hubo hallazgo feliz, hubo literatura.
Las atmósferas que Jesús Zomeño perfilaba con sus palabras eran tan sutiles como eficaces. Y de pronto me vi rodeado por la Primera Guerra Mundial, por las trincheras, por el barro, por las ratas, por los hombres de ojos devastados, por las prostitutas lánguidas, por las anécdotas de los combatientes, por el hambre, por la desesperanza, por la inmundicia del hombre matando al hombre. Me encontré con aquel soldado que recordaba a una mujer que se suicidó, tras limpiar meticulosamente sus zapatos; con un viejo que trabajaba en un urinario y que escuchaba con respeto las historias que iban desgranando en sus oídos las personas que lo frecuentaban; con un cartero que imaginaba qué calles rotularía con los nombres de sus amigos del frente (algunos ya fallecidos); con el pobre infeliz que, justo el día antes de la ofensiva, recibía un queso y ponía toda su atención en protegerlo de la voracidad de sus compañeros; con aquel soldado que, tras una atroz matanza, sostenía entre las manos una lata de conservas que no era capaz de abrir porque carecía de ningún instrumento para hacerlo; o con aquel otro que, disponiendo de siete días de permiso, se dedicaba a subir y bajar por una escalera...
En las páginas de este excelente libro hay profundas reflexiones sobre el espíritu humano, sobre la mezquindad, sobre la resignación, sobre la ira, sobre la muerte. Y hay muchos silencios. Muchísimos. Y son silencios que nos ayudan a sentir el desasosiego de sus protagonistas.
Pero lo más importante es que todos los relatos están escritos con una bellísima técnica, donde la sintaxis se vuelve mirada, o al revés. Si uno de los prodigios mayores de la literatura consiste en descubrir autores que saben crear atmósferas con sus palabras, Jesús Zomeño pertenece a la categoría de los mejores.

Un libro, sin duda, muy recomendable.

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