sábado, 30 de julio de 2016

La asamblea de las mujeres



¿Qué pasaría si las mujeres, hartas de encontrarse sojuzgadas por los varones, ideasen una estratagema para hacerse con el poder? Praxágora y sus amigas lo intentarán… y alcanzarán un éxito chocante.
Estamos en la Atenas clásica y, disfrazadas con las ropas de sus maridos y con unas barbas postizas, se presentan en la Asamblea y consiguen que se apruebe una ley para otorgarles a ellas el poder de la ciudad, habida cuenta de su elevada experiencia como gobernantas de sus propias casas.
El nuevo programa de gobierno, en todo caso, está claro para las féminas: “A nadie le estará ya permitido robar, ni en­vidiar a los vecinos, ni ir desnudo, ni ser pobre, ni injuriar, ni tomar prendas a los deudores”. Praxágora ha concebido un proyecto tan ambicioso como revolucionario (“Quiero que todos los bienes sean comu­nes, y que todos tengan igual parte en ellos y vivan de los mismos; que no sea éste rico y aquél pobre; que no cultive uno un inmenso campo y otro no tenga donde sepultar su cadáver; que no haya quien lleve cien esclavos y quien carezca de un solo servicio; en una palabra: establezco una vida común e igual para todos”), llegando a postular incluso algunas normativas eróticas de lo más variopintas (“Yo haré que las mujeres sean también comunes, de suerte que puedan acostarse con los hombres y hacer hijos con cual­quiera”).
El problema es que cuando llega la hora de que los varones aporten sus bienes al acervo común algunos se niegan a hacerlo. Tampoco se muestran conformes con la nueva ordenanza, que obliga a yacer con las viejas antes de hacerlo con las muchachas jóvenes.

Se generan de este modo dos o tres situaciones tragicómicas, que colaboran a mantener en pie esta comedia ligera y simpática, anticipo de las futuras utopías políticas, que aún se lee con una sonrisa.

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