jueves, 2 de junio de 2016

Cuentos completos [1885-1886]



El caso de Antón Chéjov no solamente es uno de los más sorprendentes de la historia de la literatura por su brillantez, sino asimismo por su precocidad: jovencísimo aún (se encontraba entre los veinticinco y los veintiséis años cuando redactó las páginas que hoy comento), ya mostraba una densidad estilística y una finura psicológica que lo aupaban hasta el rango mesetario de “maestro”. Pero es que, además, no llevaba a cabo este despliegue en media docena de composiciones, sino que lo hacía en casi doscientas producciones, una cantidad abrumadora que lleva a Paul Viejo a escribir que el narrador ruso “es capaz de arramplar con la mitad del papel de una imprenta” (p.XV de la Introducción). 
Seguimos encontrándonos en este magma efervescente de imaginación con personajes de toda laya (maridos gorrones que viven del éxito o el dinero de sus esposas; guardabosques con hijas  hermosísimas; cómicos avariciosos que son capaces de pelearse e incluso matarse entre sí por la posesión de una cartera que han encontrado en el suelo; pacientes habilidosos, que piropean a una curandera homeópata con las presuntas virtudes de sus tratamientos para obtener de ella todo lo que quieren; farmacéuticos miserables, que se niegan a expender un medicamento a un hombre, porque le faltan unas tristes monedas para completar su precio) y con un elevado número de relatos donde ondean el patetismo, la amargura, la pobreza, la mezquindad o el autobiografismo desgarrado (ese médico que, tratando a enfermos de tifus en “El espejo”, se contagia de la enfermedad, como el propio Antón Chéjov había contraído de sus pacientes la tuberculosis que lo llevaría a la tumba)… 
Pero de este segundo volumen maravilloso que presenta Páginas de Espuma no pueden ser olvidadas aquellas historias en las que domina el humor: el hombre más torpe del mundo a la hora informar a un marido del fallecimiento de su esposa (“Diplomacia”); un expeditivo método para conseguir que una visita impertinente comprenda que ha llegado la hora de irse y dejar dormir al anfitrión (“El huésped”); el propietario que no logra contratar a ningún administrador para sus posesiones, porque todos se le antojan demasiado honrados y no cree en ese tipo de personas (“Muralla infranqueable”); los cómicos apuros de un revisor de tren, que se va abucheado y casi agredido por los usuarios de un vagón cuando pretende pedirle el billete a un viajero somnoliento y descarado (“¡Qué público!”); la fatiga muscular y etílica que acomete a los pobres funcionarios que, a primeros de enero, tienen que cumplimentar a todos sus benefactores (“Mártires de Año Nuevo”) o el alivio que experimenta un hombre rico de 52 años que acaba de descubrir en sí mismo un cierto talento para el dibujo y que expresa su alborozo por no haber percibido esta habilidad en su juventud, puesto que le habría llevado a la más absoluta pobreza (“Un descubrimiento”). Personalmente, me conmueve con idéntico vigor a como lo hizo en mi juventud el relato “Tristeza”, la conmovedora historia de un cochero cuyo hijo ha muerto esa semana y que no teniendo a nadie que le escuche su pena acaba contándosela a su caballo... 
Este segundo volumen se erige, pues, en otra joya para nuestras bibliotecas, que no deberíamos dejar pasar de largo.

1 comentario:

Gildardo Montoya dijo...

Me agrada, me emociona, su amor por Chejov, autor que descubrí en mi ya lejana adolescencia
con un libro significativo: El duelo; novela breve pero tocada por la intensidad de sus
personajes inolvidables; luego arribé a sus cuentos...y ahí me estacioné para siempre...
"Tristeza", "Vanka" "La dama y el perrito"... Chejov es un agudo conocedor de lo que somos,
no somos, quisimos ser, nunca seremos.
Le agradezco su Librario íntimo, da para muchos días de verdadera literatura esa "orgía
perpetua" según Flaubert.