sábado, 30 de abril de 2016

La señal que se espera



Enrique y Susana hospedan en su pazo gallego a un antiguo novio de Susana, el músico Luis, que acaba de salir de un sanatorio mental y que se encuentra en fase de reposo. Está obsesionado con la idea de que pronto sonará una música que le permitirá recordar la partitura que estaba elaborando justo antes de ser ingresado y que lo devolverá al mundo de la creación y de la fama. Julián, un profesor de filosofía que es amigo de Enrique, se deja caer también por allí para visitarlos durante unos días: su mujer lo acaba de dejar y necesita aire fresco para oxigenar sus ideas y reorganizar su vida. Los criados de la casa, por su parte, no dejan de asomarse al buzón porque esperan una carta que les informe de cómo se encuentra su sobrino, que hace años cruzó el océano Atlántico en busca de fortuna en América.
Todos esperamos, de un modo u otro, la llegada de una señal. Y en esa señal ciframos nuestra ilusión, el reducto de nuestras mejores esperanzas. Puede ser una señal amorosa, económica, familiar o de cualquier otro tipo; pero su esencia consiste en mantenernos esperanzados. Los protagonistas de esta pieza de Antonio Buero Vallejo también aguardan sus particulares alertas, y la enorme habilidad del dramaturgo de Guadalajara (quizá el más grande que hayan visto los escenarios españoles durante el siglo XX, por encima de García Lorca y de Arrabal) consiste en armonizar todas esas señales y articularlas en un drama de pasmosa intensidad, que va creciendo en cada secuencia.
Máxima efectividad escénica, máximo esplendor del lenguaje y de los símbolos, máxima carga emocional. Una obra menor de Buero (“menor” en el sentido de que no forma parte del grupo de las habitualmente señaladas como principales: Historia de una escalera, En la ardiente oscuridad, El concierto de San Ovidio, etc) que alcanza impresionantes cotas de hondura psicológica.

Otros de los autores a quienes leer y releer de forma constante: siempre nos dan sorpresas.

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