lunes, 4 de abril de 2016

El hombre del salto



Imaginen a un hombre que, cubierto de polvo y vidrios, tambaleante y confuso, emerge de las ruinas del World Trade Center. Ese hombre se llama Keith y lleva en la mano un maletín que no es suyo. Sus pasos, sin que él lo planee de forma consciente, lo encaminan hacia la casa de Lianne. Ella es su esposa, aunque lo cierto es que llevan algún tiempo separados. Al abrirle la puerta, la mujer comprende que debe dejarlo pasar; y que debe dejar también que se quede durante un tiempo. Sus ojos reflejan el horror, la estupefacción, el abismo. Justin, el hijo del matrimonio, no se encuentra allí en esos momentos y ha podido librarse del espectáculo abominable del 11-S. Durante unos días eternos, lagunosos, descentrados, Keith estudia su vida (es jugador profesional de póker), los tibios escombros de su matrimonio, su propio pasmo. Y comprende que debe volver a la normalidad ejecutando actos que regulen sus horas.
La primera decisión consiste en devolver el maletín a su auténtica dueña, quien resulta ser (lo lee en el interior) una tal Florence Givens, una mujer también zarandeada por la irrupción del terrorismo islámico. Cuando Keith acude a su casa y le entrega el maletín se inicia una terapia de desahogo, comunicación y finalmente sexo, que a ambos los sorprende. Y como telón de fondo para esta y otras historias del libro, la figura enigmática de David Janiak, el Hombre del Salto, una especie de showman apocalíptico o desquiciado que colorea de tragedia la tragedia y que sirve de metáfora para su tiempo.
Don DeLillo, escritor nacido en 1936 y famoso tanto por sus novelas como por sus ensayos, está considerado uno de los baluartes más firmes de la actual narrativa norteamericana, y ha intentado en esta obra dar su aproximación a la tragedia nacional que supuso el ataque terrorista islámico a las famosas Torres Gemelas. Así, las referencias a “los aviones” y a “las torres” son constantes en boca de todos los personajes de la novela, que se mueven entre el desconcierto, el pavor y la necesidad de entender, al menos en sus líneas generales, lo que les está pasando.

Un mundo que se desmorona es difícil de describir, y por eso el lenguaje de esta novela (y los dibujos psicológicos que trata de presentar) se mueve por los cauces de lo inefable. Si la experiencia amorosa y la experiencia no admiten traducción a palabras, algo similar puede pregonarse de la experiencia cataclísmica. Una obra para la reflexión.

No hay comentarios: